domingo, 23 de agosto de 2020

La política valiente

 

Llevo tiempo sin escribir, supongo que como consecuencia de una cierta desidia unida a la desilusión generalizada de una gran parte de la sociedad española. Pero desde que Pablo Casado decidió destituir a Cayetana Álvarez de Toledo de la portavocía del Partido Popular tengo una sensación amarga en la boca del estómago que finalmente me ha llevado este domingo por la tarde a sentarme delante del teclado para hablar de la realidad y dejar mi coqueteo con la ficción a un lado, aunque sea momentáneamente.

En los días que corren, la profesión política está tintada de un aura de cutrez y mediocridad que han hecho que muchos de los ciudadanos de a pie la miremos con un cierto recelo. Recelo, por no decir aversión, las mentiras y el paternalismo se han convertido en el pan nuestro de cada día y desgraciadamente muchos nos hemos resignado. Y digo que nos hemos resignado con una profunda pena, porque creo que es precisamente la resignación colectiva de una parte de la sociedad la que nos ha llevado a esta situación y la que ha permitido que Pablo Casado, se deshaga, sin muchas consecuencias, de una de las políticas más brillantes que ha tenido España en los últimos tiempos.

Como bien sabéis los que me habéis leído antes, empecé este blog con la intención de resaltar el talento de las mujeres, focalizándolo única y exclusivamente en el análisis intelectual de la contribución de cada una de estas mujeres a su entorno. La contribución de Cayetana además de ser brillante es valiente, y ha tenido lugar en un momento en el que la sociedad española no solo está dormida, sino que ha dejado de creer que el panorama político español pueda salir de la mediocridad absoluta en la que se encuentra sumergida.

En la rueda de prensa que dio tras su relevo, Cayetana esgrimió las razones de su destitución: su defensa de la libertad de pensamiento dentro del partido, haciendo especial hincapié los aspectos morales; su rechazo de las etiquetas de moderados frente a radicales por su efecto reduccionista y la consecuente simplificación de la complejidad del individuo; su planteamiento de la necesidad de un gobierno de concentración constitucionalista y finalmente su oposición ante el desinterés de Casado sobre la batalla cultural.

Si yo tuviera que resumir en tres palabras la postura que ha defendido tan ferozmente Cayetana en el último año lo haría con las siguientes: constitución, libertad e individuo. Como española, mujer, y liberal no encuentro tres conceptos más bellos por los que luchar y Cayetana lo ha hecho desde una posición adulta, abierta al debate y con un esfuerzo constante por acercar la verdad a la política y a la sociedad, evitando la infantilización de una sociedad acostumbrada a que la traten como si no tuviera cerebro.

Es cómodo defender una idea desde la ideología de un grupo social, evita la ardua tarea de pensar. Lo difícil es llegar a una conclusión tras estudiar las alternativas, tras enfrentarse a uno mismo y alcanzar conclusiones que pueden no coincidir con las de tu pareja, tu amigo o tu compañero de partido. Más difícil es aún es comprender que hay conceptos tan complejos como la religión, el aborto o la eutanasia sobre los cuales uno puede no tener una postura constante, sino que varía con la experiencia. Y más difícil aún es decirlo en voz alta en una sociedad infantilizada que asocia ideas a partidos políticos, cual colores a equipos de futbol, desvirtuando la complejidad del pensamiento humano. La libertad de pensamiento es la esencia la ilustración y confinarla con una camisa de fuerza no da fuerza a un partido político, lo empobrece hasta quedar reducido a un loro sin sustancia.

En línea con esta primera reflexión sobre la libertad de pensamiento está la falacia identitaria. La cultura postmoderna, en su afán de destacar lo inusual ha cometido, desde mi punto de vista, dos errores de concepto. El primero es que al querer destacar lo menos frecuente ha supuesto que lo frecuente es constante e invariable. El segundo error, quizás más grave que el primero, es llevar al extremo el concepto de realidad. La realidad postmoderna tiene tantas alternativas que ha dejado de existir, dejando paso a un limbo en el que nada es del todo mentira, y peor aún, nada es del todo verdad. El primer error nos lleva a la homogeneidad de grupo, de partido, de sexos, de naciones, eliminando la riqueza de la diversidad y la pluralidad. Y así, supuestamente todas las mujeres pensamos igual, los miembros de un partido piensan igual y los miembros de una nación son todos iguales. El segundo error nos lleva a pensar que esta homogeneidad tiene algo de verdad, porque es una opinión dominante en la sociedad. Cayetana al alzar la voz por la individualidad, por la riqueza del individuo rechazando etiquetas identitarias busca dar vía libre al pensamiento adulto, profundo y complejo en una sociedad en la que los pensamientos no deben estar ligados unos a otros por banderas, sexos o partidos políticos. ¿O no es cierto que uno puede estar a favor del aborto aun siendo conservador o que puede ser creyente aun siendo homosexual? ¿de verdad hay alguien que rechace esto? Pero la búsqueda de libertad no se limita a cuestiones sociales, sino que se extiende a la identidad política, donde ser liberal no se contradice con apoyar un gobierno de concentración constitucionalista, entendiendo y aceptando que es una postura de compromiso. Y es llamativo, que sea precisamente esta defensa de la libertad la que haya llevado a muchos a tildar a Cayetana de radical, o incluso a posicionarla cerca de Vox. Su postura ante cuestiones como la inmigración o la identidad no puede ser más opuesta a la de Vox, formación a la que ha acusado de padecer del mismo colectivismo segregacionista del que padecen Podemos y el nacionalismo separatista.

Por último, y como no puede ser de otra manera, no está dispuesta a dejar de un lado la batalla cultural. Porque no es admisible que la libertad de una parte de la sociedad se construya mediante el encorsetamiento de la otra mitad. Me pregunto por qué no estamos dispuestos a reconocer en público lo que todos somos capaces de reconocer en privado. La idiosincrasia del ser humano es lo que lo hace grande y decir que el feminismo solo es uno o que la izquierda o derecha tienen una postura única e inamovible es algo que no creo que ningún adulto pueda afirmar sin miedo a caer en un simplismo infantil. La ultracorrección política no se vence con incorrección, se vence con madurez, con argumentos, con debate, pero sobre todo con las palabras claras y sin miedo a decir verdades que puedan dañar a oídos pseudosensibles dispuestos calificar como insulto cualquier crítica que se aparte un milímetro de su concepto identitario de la verdad.

Cayetana entró como un golpe de aire fresco en la política española, cuestionándolo todo y explicando de una manera adulta, consecuente y digna la razón que estriba detrás de las ideas que defiende. Asumiendo que las posturas sociales son consecuencia de una reflexión profunda e individual, requisito fundamental para poder defenderlas, explicarlas y responsabilizarse de sus consecuencias. Podremos no estar de acuerdo con ella en todo, pero nadie le puede negar su valentía por la defensa de la individualidad y la libertad en un país donde ambos conceptos han perdido su esencia.

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