Durante la década de los ochenta
mi familia vivió varios traslados. En 1980 mi padre aceptó un proyecto en México, país en el que vivimos tres maravillosos años. En el verano de 1983 volvimos
a España, aunque nuestra estancia en “casa” solo era temporal, puesto que al verano siguiente debíamos trasladarnos de nuevo; esta vez a Suecia, el maravilloso país nórdico
que nada tenía que ver con lo que conocíamos hasta el momento. Recuerdo que una
noche mis padres nos dieron un libro sobre la vida en Suecia, hablaba de la
tranquilidad de un país repleto de bosques y lagos en el que todo el mundo iba
de un sitio a otro en bicicleta. También nos regalaron a cada uno de los cuatro
hermanos un pequeño diccionario sueco-español con tapas de goma amarilla. Los
diccionarios pasaron pronto al fondo de algún cajón, los niños no aprenden
idiomas con diccionarios. Pero aún de vez en cuando alguno de los diccionarios
aparece por casa, y cuando lo hace lo abro con una mezcla de nostalgia y cariño
suscitados por los recuerdos que desbordan mi cabeza e inundan mi corazón. Tuve
la suerte de tener una infancia tremendamente feliz, y cuando pienso en mi
infancia gran parte de mis recuerdos están asociados a los cinco años que
vivimos en Suecia.
Llegamos a Suecia en junio, una
época maravillosa en el país escandinavo. Poco después de aterrizar y
acomodarnos en nuestro nuevo hogar visitamos una tienda de bicicletas, ya que era
inconcebible vivir en Suecia y no tener bicicleta. Me regalaron una hermosa
bici de paseo blanca con un cesto enorme de color rojo brillante. Durante el
primer verano no conocíamos a nadie más allá de nuestros vecinos. Íbamos todos
los días en bici a clases de sueco y jugábamos entre los cuatro hermanos, con
frecuencia a hacer carreras de bicicleta por las instalaciones vacías de
nuestro futuro colegio.
Un día visitamos la biblioteca
infantil de la ciudad; tenía libros en muchos idiomas y yo encontré pronto el
apartado de libros en español. Me llevé unos cuantos a casa, entre ellos había alguno
de Pippi Calzaslargas. La primera novela de Pippi que leí me cautivó para
siempre, y a partir de aquel día mis padres tuvieron que entrar en mi
habitación cada noche a decirme que dejara de leer y reírme a carcajadas a
altas horas de la madrugada. Fabriqué un letrero de madera en el garaje de mi
padre para bautizar la cabaña que teníamos en el jardín con el nombre de la
casa de Pippi: Villa Villekulla, y lo colgué encima del alfeizar de la puerta
de la cabaña. Astrid Lindgren se convirtió en mi heroína de juventud.
Astrid Lindgren nació en 1907 en
Vimmerby, una pequeña ciudad situada en la provincia de Småland, al sureste de
Suecia. Pippi fue un invento de su hija Karin, que un día de 1941 enferma de una
neumonía pidió a su madre que le contara la historia de Pippi Långstrump,
conocida más tarde en español como Pippi Calzaslargas y cuyo nombre completo es Pippilotta
Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Långstrump. Y así comenzó la
historia de una niña traviesa e imaginativa con la cara llena de pecas y el
pelo color zanahoria, que vivía en compañía de Lilla Gubben, su querido caballo
y Herr Nilsson, un mono con mucho carácter. Pippi y el resto de los personajes
surgidos de la imaginación de Astrid Lindgren alcanzaron la desorbitante cifra
de 145 millones de libros vendidos en el año 2010 y sus historias se pueden hoy
leer en 95 idiomas. Pero sobre todo, los entrañables personajes de Lindgren llegaron,
llegan y seguirán llegando a los
corazones de millones de niños en todo el mundo que como yo imaginaron
aventuras en compañía de Tommy y Annika, Pippi, Lilla Gubben y Herr Nilsson e
hicieron de su infancia un lugar cálido en el que imaginar, soñar y perder el
tiempo desde el amanecer hasta la puesta del sol. Aunque Astrid Lindgren es
sobretodo conocida por las historias de Pippi, escribió otros muchos libros como
los dedicados al detective Kalle Blomqvist o las historias de los niños de
Bullerbyn. Una de las más bonitas historias salidas de su pluma es “Mio, min
Mio”, un hermoso cuento que relata las aventuras de un niño, Bosse, que huye de
un presente triste a un mundo de fantasía a donde es trasladado por un genio.
En ese lejano país el nombre del niño no es Bosse sino Mio y su padre, en lugar
de ser el arisco señor que le adoptó, es un rey que lleva años buscando a su
querido hijo Mio. El tono fantástico de esta novela se repitió en dos novelas
posteriores: “Los hermanos Lejonhjärta” y “Ronja Rövardotter”. Los personajes
de Lindgren emanan libertad, fuerza, testarudez combinados con inocencia e
imaginación y sus historias, tiernas y llenas de humor, fueron innovadoras y
frescas en un momento en el que mundo parecía derrumbarse como consecuencia de
la segunda guerra mundial. Este trágico incidente, tuvo un tremendo impacto
en Astrid Lindgren, como se refleja en sus diarios de los años de la guerra publicados hace tan solo unos años. Astrid se sentía incapaz de comprender, tal
y como les pasaba a muchas personas que vivieron aquellos turbulentos años, que
el mundo fuera capaz de sumergirse de nuevo en los horrores de la guerra cuando
aún quedaba cerca el terrible recuerdo de la primera guerra mundial.
Astrid Lindgren dedicó su vida a
los niños, a los que amaba y admiraba por encima de todas las cosas. Escribía
para ellos por elección propia, porque creía que los niños eran capaces de
realizar un milagro al leer y que el futuro del mundo entero dependía de que los
niños mantuvieran su capacidad para imaginar. Por eso Pippi se negaba a crecer,
porque quería permanecer en esa etapa maravillosa de la vida en que todo es
posible.
Astrid Lindgren murió en 2002,
dejando huérfano a todo un país. Su alma se fue para siempre pero nos dejó sus
historias, su imaginación y sus personajes, todo un legado para la humanidad.
Hace unos meses, vi la versión inglesa de Pippi Langstrump. No sé si es la más fiel a la escrita por A. Lindgren. Se parece por lo que dices, ya que se sitúa en el período de entreguerras y es menos ostentosa que la primera serie sueca.
ResponderEliminarCreo que es una suerte por tu parte el haber leído ese libro y, encima, siendo una niña. Ahora, hay más tecnología y juegos, pero mucha menos imaginación y aire fresco, campo y lugares por los que nuestros personajes de siempre den saltos libremente y encima tengan un amigo que les construya aviones.