viernes, 14 de agosto de 2015

Un talento excepcional



Recuerdo perfectamente cuándo me empezaron a gustar las matemáticas; yo cursaba 2º de B.U.P y la asignatura pasó de ser un trámite a descubrirme el universo. Estudiábamos el plano vectorial, y de pronto las magnitudes vectoriales cobraron sentido en mi cabeza. Seguimos con trigonometría, límites, funciones reales, derivadas; cada paso que daba me hacía comprender un trocito más de realidad. A mitad de curso cambié de colegio. El profesor de matemáticas fue el único que no aceptó la nota de mi antiguo colegio y me volvió a examinar de la asignatura completa para darme mi calificación final; no me importó, todo tenía por fin sentido lógico. Ese año, en la segunda parte del curso tuve además un excelente profesor de física que nos premiaba con octavos de positivo cuando resolvíamos problemas complicados, la lucha por los positivos era feroz. Fomentaba la competitividad, explicaba excelentemente y nos obligaba a conectar los conceptos que nos explicaban en matemáticas con el universo real.
Si hay algo que tienen en común las ciencias de la vida y las matemáticas es su simplicidad. No me refiero, ni mucho menos, a que se basen en conceptos sencillos, sino a que en ambas disciplinas conceptos muy complejos se basa en principios tremendamente lógicos, que una vez descubiertos explican una realidad concreta. En biología es raro encontrar una complejidad innecesaria, o sistemas redundantes que no sean complementarios por alguna razón. Los sistemas complejos son simples una vez que se comprenden y cuando se intentan explicar de manera compleja generalmente es porque no se han descifrado bien. Ambas disciplinas describen el universo en su elegante simplicidad. Pero la reducción de lo complejo a lo simple no es siempre obvia a priori, solo es obvia una vez se descifra la relación entre la complejidad y la simpleza y eso generalmente requiere mentes brillantes.
Maryam Mirzakhani es una de esas mentes brillantes. Maryam nació en Irán en 1977, tiene 38 años y es la primera mujer en ganar el más prestigioso galardón en el campo de las matemáticas; la medalla Fields, que se otorga cada cuatro años a individuos que hayan contribuido significativamente al campo matemático y que no hayan cumplido 40 años. Ella, tal y como dice en una entrevista poco después de la concesión de la Fields, no quiere ser la imagen de las mujeres matemáticas, no quiere ser la imagen de nada. Solo quiere trabajar. Pero aunque no quiere ser la imagen de nada, sí es un modelo a imitar. Su deslumbrante talento es digno de admiración y un modelo ejemplar para nuestros niños en un mundo en el que los modelos a imitar generalmente poseen pocas virtudes y aún menos talento.
Durante su juventud, Maryam pensó que se dedicaría a escribir novelas; recorría las librerías cercanas a su colegio en Teherán junto a su buena amiga Roya Beheshti donde compraban libros al azar. Ojear libros estaba mal visto y puesto que eran baratos compraban y  leían todo. En aquella época no mostraba un especial talento para las matemáticas, pero un profesor de matemáticas  y una directora dispuesta a dar las mismas oportunidades a las niñas que a los niños cambiaron su destino. Maryam y Roya consiguieron que la directora del colegio instaurara clases de resolución de problemas similares a las que existían en colegios para niños, y a los 17 años, tras mucho trabajo, ambas niñas participaron en la Olimpiada Internacional deMatemáticas en la que Maryam consiguió la medalla de Oro. No fue su única medalla, el año siguiente volvió a ganarla consiguiendo una puntuación perfecta. Maryam estudió matemáticas en la Universidad Sharif de Teherán y posteriormente realizó su doctorado en Harvard bajo la supervisión de Curtis McMullen. Según cuenta Maryam, asistió a un seminario informal organizado por McMullen a su llegada a Harvard en el que no entendió la mayor parte de lo que decía, pero sí descubrió la capacidad de McMullen para convertir la realidad en conceptos simples y elegantes. Comenzó a acudir al despacho de McMullen con listas de preguntas, que iniciaban largas discusiones. Tras llegar a alguna conclusión Maryam le preguntaba a McMullen si su conclusión era correcta. Él cuenta ahora que le halagaba que ella pudiera pensar que él supiera lo suficiente como para contestar a tal pregunta.
Una de las frases que más me han gustado de las múltiples entrevistas que he leído para documentarme para esta entrada es la siguiente: “The beauty of mathematics only shows itself to more patient followers.”. El talento no es suficiente si no viene acompañado de otros atributos; el trabajo constante, la paciencia, el esfuerzo, la honestidad ante los descubrimientos y la humildad de reconocer todo lo que queda por aprender son esenciales para que el talento pueda brillar con luz propia.
Mizakhani es ahora profesora de matemáticas en Stanford. Según su mentor McMullen, su contribución más importante es en el campo de la dinámica. Muchos de los problemas de la dinámica de cuerpos celestiales no tienen una solución matemática exacta. Mirzakhani descubrió que en  los sistemas dinámicos que evolucionan estirando y retorciendo su forma las trayectorias de los sistemas cumplen leyes algebraicas. Es decir, fue capaz de encontrar la norma en un sistema complejo. El trabajo de Mizkhani tiene aplicaciones en la física teórica, en la topología y en la combinatoria y recibió la medalla por sus contribuciones a la geometría y a la dinámica de superficies de Riemann y sus espacios modulares para cuyo estudio combinó métodos de diversos campos como el álgebra, geometría, topología y teoría de probabilidades. Su mente, según McMullen, tiene una enorme capacidad de resolución de problemas, una visión matemática tremendamente ambiciosa y una profunda comprensión de una gran variedad de disciplinas, lo que es extremadamente raro en el mundo actual. En palabras simples, Maryam Mirzakhani tiene simplemente un talento excepcional.

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