Recuerdo perfectamente cuándo me
empezaron a gustar las matemáticas; yo cursaba 2º de B.U.P y la asignatura pasó
de ser un trámite a descubrirme el universo. Estudiábamos el plano vectorial, y de pronto
las magnitudes vectoriales cobraron sentido en mi cabeza. Seguimos con
trigonometría, límites, funciones reales, derivadas; cada paso que daba me
hacía comprender un trocito más de realidad. A mitad de curso cambié de
colegio. El profesor de matemáticas fue el único que no aceptó la nota de mi
antiguo colegio y me volvió a examinar de la asignatura completa para darme mi
calificación final; no me importó, todo tenía por fin sentido lógico. Ese año,
en la segunda parte del curso tuve además un excelente profesor de física que
nos premiaba con octavos de positivo cuando resolvíamos problemas complicados,
la lucha por los positivos era feroz. Fomentaba la competitividad, explicaba
excelentemente y nos obligaba a conectar los conceptos que nos explicaban en
matemáticas con el universo real.
Si hay algo que tienen en común
las ciencias de la vida y las matemáticas es su simplicidad. No me refiero, ni
mucho menos, a que se basen en conceptos sencillos, sino a que en ambas
disciplinas conceptos muy complejos se basa en principios tremendamente lógicos,
que una vez descubiertos explican una realidad concreta. En biología es raro
encontrar una complejidad innecesaria, o sistemas redundantes que no sean complementarios
por alguna razón. Los sistemas complejos son simples una vez que se comprenden
y cuando se intentan explicar de manera compleja generalmente es porque no se
han descifrado bien. Ambas disciplinas describen el universo en su elegante
simplicidad. Pero la reducción de lo complejo a lo simple no es siempre obvia a
priori, solo es obvia una vez se descifra la relación entre la complejidad y la
simpleza y eso generalmente requiere mentes brillantes.
Maryam Mirzakhani es una de esas
mentes brillantes. Maryam nació en Irán en 1977, tiene 38 años y es la primera
mujer en ganar el más prestigioso galardón en el campo de las matemáticas; la
medalla Fields, que se otorga cada cuatro años a individuos que hayan
contribuido significativamente al campo matemático y que no hayan cumplido 40 años. Ella,
tal y como dice en una entrevista poco después de la concesión de la Fields, no
quiere ser la imagen de las mujeres matemáticas, no quiere ser la imagen de
nada. Solo quiere trabajar. Pero aunque no quiere ser la imagen de nada, sí es
un modelo a imitar. Su deslumbrante talento es digno de admiración y un modelo
ejemplar para nuestros niños en un mundo en el que los modelos a imitar
generalmente poseen pocas virtudes y aún menos talento.
Durante su juventud, Maryam
pensó que se dedicaría a escribir novelas; recorría las librerías cercanas a su
colegio en Teherán junto a su buena amiga Roya Beheshti donde compraban libros
al azar. Ojear libros estaba mal visto y puesto que eran baratos compraban y leían todo. En aquella época no mostraba un
especial talento para las matemáticas, pero un profesor de matemáticas y una directora dispuesta a dar las mismas
oportunidades a las niñas que a los niños cambiaron su destino. Maryam y Roya
consiguieron que la directora del colegio instaurara clases de resolución de
problemas similares a las que existían en colegios para niños, y a los 17 años,
tras mucho trabajo, ambas niñas participaron en la Olimpiada Internacional deMatemáticas en la que Maryam consiguió la medalla de Oro. No fue su única
medalla, el año siguiente volvió a ganarla consiguiendo una puntuación
perfecta. Maryam estudió matemáticas en la Universidad Sharif de Teherán y
posteriormente realizó su doctorado en Harvard bajo la supervisión de Curtis
McMullen. Según cuenta Maryam, asistió a un seminario informal organizado por
McMullen a su llegada a Harvard en el que no entendió la mayor parte de lo que
decía, pero sí descubrió la capacidad de McMullen para
convertir la realidad en conceptos simples y elegantes. Comenzó a acudir al
despacho de McMullen con listas de preguntas, que iniciaban largas discusiones.
Tras llegar a alguna conclusión Maryam le preguntaba a McMullen si su
conclusión era correcta. Él cuenta ahora que le halagaba que ella pudiera
pensar que él supiera lo suficiente como para contestar a tal pregunta.
Una de las frases que más me han
gustado de las múltiples entrevistas que he leído para documentarme para esta
entrada es la siguiente: “The beauty of mathematics only shows itself to more
patient followers.”. El talento no es suficiente si no viene acompañado de
otros atributos; el trabajo constante, la paciencia, el esfuerzo, la honestidad ante los descubrimientos y la
humildad de reconocer todo lo que queda por aprender son esenciales para que el
talento pueda brillar con luz propia.
Mizakhani es ahora profesora de
matemáticas en Stanford. Según su mentor McMullen, su contribución más
importante es en el campo de la dinámica. Muchos de los problemas de
la dinámica de cuerpos celestiales no tienen una solución matemática exacta. Mirzakhani
descubrió que en los sistemas dinámicos
que evolucionan estirando y retorciendo su forma las trayectorias de los
sistemas cumplen leyes algebraicas. Es decir, fue capaz de encontrar la norma
en un sistema complejo. El trabajo de Mizkhani tiene aplicaciones en la física
teórica, en la topología y en la combinatoria y recibió la medalla por sus
contribuciones a la geometría y a la dinámica de superficies de Riemann y sus
espacios modulares para cuyo estudio combinó métodos de diversos campos como el
álgebra, geometría, topología y teoría de probabilidades. Su mente, según
McMullen, tiene una enorme capacidad de resolución de problemas, una visión
matemática tremendamente ambiciosa y una profunda comprensión de una gran
variedad de disciplinas, lo que es extremadamente raro en el mundo actual. En
palabras simples, Maryam Mirzakhani tiene simplemente un talento excepcional.
Me encanta!!
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