martes, 17 de noviembre de 2015

La musa desalmada



El talento es como un ser vivo: nace de dentro de nosotros pero no se contenta con ser; necesita expandirse, crecer y florecer. Su naturaleza no es estática, sino que es inquieta; necesita alimentarse y cuando no puede hacerlo es peor aún que su  propia ausencia. La historia está llena de ejemplos de personas que no pudieron desarrollar su talento en todo su esplendor y de las tremendas consecuencias que sufrieron por ello.

Siempre me han gustado las biografías. Quizá sea mi naturaleza inquisitiva; me gusta conocer la vida de las personas, entender su trayectoria, el porqué de sus actos e intentar entenderlos independientemente de mi propio ser. Hace muchos años leí una biografía apasionante. Versaba sobre una mujer que no solo tenía un gran talento artístico, sino que este talento iba acompañado de una inequívoca atracción hacia el talento ajeno. Fue amante y esposa de numerosos hombres con papeles decisivos en la historia del arte a quienes influenció profundamente. Ella, así mismo, bebió del talento de estos grandes genios que sin duda influenciaron su desarrollo artístico para bien pero también para mal.

Alma Maria Schindler, hija de un pintor y una cantante, nació en 1879 en Viena. Pese a que la situación económica de la familia era precaria, Alma tuvo una educación refinada gracias a su padre Emil Schindler, con el que pasaba largas horas en su estudio y quien le leía a Goethe. Alma creció rodeada de artistas que frecuentaban el entorno de su padre, y en ocasiones también la cama de su madre Anna. Fruto de la relación de Anna con uno de estos artistas nació la hermanastra de Alma, llamada Grete. El mismo año en que nació Grete, Emil Schindler recibió un prestigioso galardón que permitió a la familia salir de su precaria situación económica y trasladarse al castillo de Plankenberg. Emil se convirtió en uno de los pintores más renombrados de la dinastía Habsburgo. Tras la mejora de su situación económica Anna inició una relación romántica con Carl Moll, aprendiz de su padre. Esta relación permaneció oculta a los ojos de Emil durante años. En 1892 Emil falleció por una complicación asociada a una infección y su esposa formalizó su relación con su amante, hecho que Alma nunca pudo perdonar. 

Alma creció en belleza y talento, con una clara disposición para la música. Seguía viviendo en un ambiente rodeado de artistas debido a la profesión de su padrastro, y era frecuente que asistiera a cenas en las que se codeaba con miembros de la Secesión de Buenas Artes Vienesa. Entre los asistentes a estas cenas conoció a su primer amante, Gustav Klimt, cuando ella tenía tan solo 17 años. El descubrimiento de la relación por parte de la familia puso fin a la misma. Alma cuenta en sus diarios que el sufrimiento causado por su joven amor por Klimt hizo que se sumiera profundamente en su música; así su pena se convirtió en fuente de toda su felicidad.

El ambiente artístico de la familia Moll siguió siendo fuente de influencias literarias, artísticas y musicales, pero también amorosas. Max Burckhard alentó el interés de Alma por la literatura, invitándola frecuentemente al teatro. Así mismo, avivó ideales antisemitas en la joven artista. A los 20 años, Alma conoció a Alexander von Zemlinsky, compositor con quien compartía una ferviente admiración por Wagner. Zemlinsky se convirtió en su tutor y más tarde en su amante. Bajo el tutelaje de Zemlinsky Alma compuso alguno de sus más bonitos Lieder1, y fue él quien advirtió a Alma que componer requería todo su ser y que tarde o temprano tendría que escoger entre la música y la vida alegre en la sociedad vienesa. Zemlinsky era retraído, poco agraciado físicamente y judío. La relación entre ambos artistas fue tortuosa, plagada de insultos y declaraciones apasionadas; tras dos años, la retorcida relación llegó a su fin.

Dicen que Gustav Mahler se enamoró de Alma nada más verla, y poco después de su primer encuentro le propuso matrimonio. Muchos fueron los que se opusieron al enlace con este nuevo admirador por su edad, sus orígenes judíos y su situación económica. Nada fue suficientemente importante para interponerse entre Alma y el entonces director de la ópera de la corte de Viena; ni siquiera la carta en la que Mahler pedía a Alma que abandonara su composición para evitar absurdas rivalidades entre ambos y poder dedicar así todo su tiempo a él y a sus necesidades. Nadie comprendía la unión entre Alma y Gustav, que tuvo lugar a principios de 1902 ¿Qué haría una joven belleza como Alma, acostumbrada a moverse en las altas esferas de la sociedad Vienesa, con un hombre casi 20 años mayor que ella que pasaba sus días en la soledad de la composición? Alma sufrió tremendamente el abandono de su música y la pérdida de su vida social. Poco después del nacimiento de su primera hija, María, escribía en su diario: “He estado mucho tiempo enferma. Tal vez una secuela de mi desasosiego interior. Pero desde hace varios días y noches vuelvo a tejer música en mi interior. Es tan intensa y penetrante que, al hablar, la siento debajo de las palabras, y de noche no me deja dormir.” Pero Gustav exigía para sí todo su tiempo, mientras él dividía el suyo entre Alma y su composición. Tras el nacimiento de su segunda hija, Anna, Alma retomó contacto con Zemlinsky, pero este se negó a ser de nuevo su instructor musical. En 1907 María, la primera hija de Alma y Gustav murió de escarlatina con disentería, lo que abrió aún más la brecha existenteentre sus padres. En 1910 Alma se retiró con su hija Anna a Tobelbad, donde comenzó una ardiente relación con el arquitecto Walter Gropius, más tarde conocido como uno de los líderes del movimiento Bauhaus. Gustav Mahler sufrió tremendamente al descubrir la relación de Alma con el joven arquitecto y visitó a Sigmund Freud con el objetivo de analizar los problemas de su matrimonio. En torno a aquella época Mahler descubrió alguno de los Lieder de Alma, anunciando maravillado el talento de su esposa. Gustav intentó convencer a Alma para que volviera a componer, pero según afirma ella en sus diarios: “diez años de evolución perdida son irrecuperables. Era un cadáver embalsamado lo que él quería recuperar”. Alma siguió viendo a Gropius en secreto, pero nunca dejó a Mahler. Gustav murió en 1911, a los 51 años de edad por una dolencia cardiaca que venía arrastrando desde el año de la muerte de su hija.

Tras la muerte de Mahler, Alma volvió a la agitada vida vienesa. Durante este periodo Alma tuvo varios amantes, entre ellos el biólogo Paul Kammerer quien amenazaba a Alma con pegarse un tiro en la tumba de Mahler. Posteriormente Alma tuvo una complicada relación con el conocidísimo pintor Oscar Kokoschka. El amorío estuvo tintado por los terribles celos de este dirigidos contra todos, pero en particular hacia el marido muerto de Alma, Gustav Mahler. Durante sus años juntos Kokoschka pintó varios retratos de Alma sola y acompañada del pintor. Gropius, que durante años siguió una relación por correspondencia con Alma, abandonó esta relación tras ver en una exposición uno de estos retratos dobles. Sin embargo, tras el fin de la relación con Kokoschka en 1915, Alma se casó con Walter Gropius con quien tuvo una hija, Manon, en 1916.

Gropius no tuvo mejor suerte que otros amantes de Alma, y tan solo un año más tarde, mientras Walter estaba en el frente, Alma conoció a Franz Werfel. Werfel era un joven poeta de tan solo 27 años (ella tenía 38) y de nuevo de origen judío. Alma comenzó poniendo música a sus poemas y la relación evolucionó tal y como otras tantas relaciones de Alma en el pasado. En 1918 quedó embarazada de Franz estando aún casada con Walter; el niño nació prematuramente y murió a los 10 meses. En 1920 Alma se divorció de Gropius pero tardó nueve años en casarse con Werfel. Alma tuvo una influencia fundamental sobre la obra de Franz Werfel, fue su crítica y su apoyo; y Franz se convirtió en uno de los autores germanos más leídos hacia mediados de los años 20.

Tampoco el amor hacia Franz le duró para siempre; cuatro años después de su matrimonio Alma declaraba en sus diarios que le había dejado de querer. Según ella, los años juntos y las diferencias raciales habían hecho mella en el matrimonio. Y aunque hubo escarceos, Alma siguió con Werfel y en la turbulenta antesala de la guerra en Europa acompañó a su marido al exilio en América. Werfel murió en 1945 en Los Ángeles y Alma en 1964 en Nueva York, ciudad en la que se instaló en 1951 y donde se convirtió según palabras de Thomas Mann, en la gran viuda.

Escribir sobre Alma Mahler-Werfel no ha sido fácil, el tiempo que llevo sin escribir es un fiel reflejo de mi lucha interna sobre esta mujer. Mis anteriores entradas hablan de mujeres con talento que despertaron indudablemente admiración, pero no solo por su talento sino también por su lucha, su integridad, su constancia, su ética y su amor. Alma era un ser salvaje, lleno de contradicciones. Amaba apasionadamente hasta que dejaba de hacerlo. Era antisemita pero se casó con dos judíos, incluso en las puertas de la segunda guerra mundial apoyaba los ideales de Hitler, Franco y Mussolini. Y los apoyaba aun sabiendo que Anna, la única de sus hijas que llegó  a la edad adulta, era medio judía. Insultaba a genios que no podían dejar de amarla y que por mucho que los martirizara volvían a su lado e incluso a su cama.  Dicen que la partitura de la décima sinfonía de Mahler, la que dejó sin acabar, está llena de anotaciones en el margen que reflejan su ansiedad por el affaire entre Alma y Gropius; también cuentan que tras la muerte de Werfel Alma mandó bautizar de urgencia a su difunto esposo, que si bien había abandonado el judaísmo para casarse con ella, había vuelto a su fe poco después de la boda. ¿Cómo es posible que alguien con tanta sensibilidad para el arte fuera a la vez tan insensible con el genio que lo producía? Se rodeó de talento, lo nutría como pocas personas lo han hecho y lo hacía florecer hasta la extenuación, y ellos, sus amantes y sus maridos lo sabían. Y yo no puedo dejar de preguntarme: ¿quién habría sido esta musa si nunca hubiera dejado la música?, ¿hasta dónde habría llegado su talento y dónde se habría quedado el de aquellos que se cruzaron en su camino?

1Canción lírica breve para voz solista y acompañamiento (generalmente de piano) propia de Alemania, Austria y otros  países de lengua alemana, cuya letra es un poema al que se ha puesto música.

martes, 22 de septiembre de 2015

La imaginación como ley de vida



Durante la década de los ochenta mi familia vivió varios traslados. En 1980 mi padre aceptó un proyecto en México, país en el que vivimos tres maravillosos años. En el verano de 1983 volvimos a España, aunque nuestra estancia en “casa” solo era temporal, puesto que al verano siguiente debíamos trasladarnos de nuevo; esta vez a Suecia, el maravilloso país nórdico que nada tenía que ver con lo que conocíamos hasta el momento. Recuerdo que una noche mis padres nos dieron un libro sobre la vida en Suecia, hablaba de la tranquilidad de un país repleto de bosques y lagos en el que todo el mundo iba de un sitio a otro en bicicleta. También nos regalaron a cada uno de los cuatro hermanos un pequeño diccionario sueco-español con tapas de goma amarilla. Los diccionarios pasaron pronto al fondo de algún cajón, los niños no aprenden idiomas con diccionarios. Pero aún de vez en cuando alguno de los diccionarios aparece por casa, y cuando lo hace lo abro con una mezcla de nostalgia y cariño suscitados por los recuerdos que desbordan mi cabeza e inundan mi corazón. Tuve la suerte de tener una infancia tremendamente feliz, y cuando pienso en mi infancia gran parte de mis recuerdos están asociados a los cinco años que vivimos en Suecia. 

Llegamos a Suecia en junio, una época maravillosa en el país escandinavo. Poco después de aterrizar y acomodarnos en nuestro nuevo hogar visitamos una tienda de bicicletas, ya que era inconcebible vivir en Suecia y no tener bicicleta. Me regalaron una hermosa bici de paseo blanca con un cesto enorme de color rojo brillante. Durante el primer verano no conocíamos a nadie más allá de nuestros vecinos. Íbamos todos los días en bici a clases de sueco y jugábamos entre los cuatro hermanos, con frecuencia a hacer carreras de bicicleta por las instalaciones vacías de nuestro futuro colegio. 

Un día visitamos la biblioteca infantil de la ciudad; tenía libros en muchos idiomas y yo encontré pronto el apartado de libros en español. Me llevé unos cuantos a casa, entre ellos había alguno de Pippi Calzaslargas. La primera novela de Pippi que leí me cautivó para siempre, y a partir de aquel día mis padres tuvieron que entrar en mi habitación cada noche a decirme que dejara de leer y reírme a carcajadas a altas horas de la madrugada. Fabriqué un letrero de madera en el garaje de mi padre para bautizar la cabaña que teníamos en el jardín con el nombre de la casa de Pippi: Villa Villekulla, y lo colgué encima del alfeizar de la puerta de la cabaña. Astrid Lindgren se convirtió en mi heroína de juventud. 

Astrid Lindgren nació en 1907 en Vimmerby, una pequeña ciudad situada en la provincia de Småland, al sureste de Suecia. Pippi fue un invento de su hija Karin, que un día de 1941 enferma de una neumonía pidió a su madre que le contara la historia de Pippi Långstrump, conocida más tarde en español como Pippi Calzaslargas y cuyo nombre completo es Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Långstrump. Y así comenzó la historia de una niña traviesa e imaginativa con la cara llena de pecas y el pelo color zanahoria, que vivía en compañía de Lilla Gubben, su querido caballo y Herr Nilsson, un mono con mucho carácter. Pippi y el resto de los personajes surgidos de la imaginación de Astrid Lindgren alcanzaron la desorbitante cifra de 145 millones de libros vendidos en el año 2010 y sus historias se pueden hoy leer en 95 idiomas. Pero sobre todo, los entrañables personajes de Lindgren llegaron, llegan y seguirán llegando  a los corazones de millones de niños en todo el mundo que como yo imaginaron aventuras en compañía de Tommy y Annika, Pippi, Lilla Gubben y Herr Nilsson e hicieron de su infancia un lugar cálido en el que imaginar, soñar y perder el tiempo desde el amanecer hasta la puesta del sol. Aunque Astrid Lindgren es sobretodo conocida por las historias de Pippi, escribió otros muchos libros como los dedicados al detective Kalle Blomqvist o las historias de los niños de Bullerbyn. Una de las más bonitas historias salidas de su pluma es “Mio, min Mio”, un hermoso cuento que relata las aventuras de un niño, Bosse, que huye de un presente triste a un mundo de fantasía a donde es trasladado por un genio. En ese lejano país el nombre del niño no es Bosse sino Mio y su padre, en lugar de ser el arisco señor que le adoptó, es un rey que lleva años buscando a su querido hijo Mio. El tono fantástico de esta novela se repitió en dos novelas posteriores: “Los hermanos Lejonhjärta” y “Ronja Rövardotter”. Los personajes de Lindgren emanan libertad, fuerza, testarudez combinados con inocencia e imaginación y sus historias, tiernas y llenas de humor, fueron innovadoras y frescas en un momento en el que mundo parecía derrumbarse como consecuencia de la segunda guerra mundial. Este trágico incidente, tuvo un tremendo impacto en Astrid Lindgren, como se refleja en sus diarios de los años de la guerra publicados hace tan solo unos años. Astrid se sentía incapaz de comprender, tal y como les pasaba a muchas personas que vivieron aquellos turbulentos años, que el mundo fuera capaz de sumergirse de nuevo en los horrores de la guerra cuando aún quedaba cerca el terrible recuerdo de la primera guerra mundial. 

Astrid Lindgren dedicó su vida a los niños, a los que amaba y admiraba por encima de todas las cosas. Escribía para ellos por elección propia, porque creía que los niños eran capaces de realizar un milagro al leer y que el futuro del mundo entero dependía de que los niños mantuvieran su capacidad para imaginar. Por eso Pippi se negaba a crecer, porque quería permanecer en esa etapa maravillosa de la vida en que todo es posible.  

Astrid Lindgren murió en 2002, dejando huérfano a todo un país. Su alma se fue para siempre pero nos dejó sus historias, su imaginación y sus personajes, todo un legado para la humanidad.

jueves, 10 de septiembre de 2015

El triunfo de la entereza



La talidomida es un fármaco bien conocido, desgraciadamente no lo es tanto por sus efectos beneficiosos, que los tiene, sino por ser el causante de uno de los mayores escándalos de la industria farmacéutica. La talidomida fue desarrollada por la compañía farmacéutica alemana Chemie Grünenthal en los años 50 y comercializada como sedante y para el tratamiento de la hiperémesis gravídica o náuseas asociadas al embarazo. El fármaco fue comercializado bajo diversos nombres desde el año 1957 en 46 países y se usó de manera generalizada para tratar el malestar típico de los primeros meses del embarazo. En 1959 se estableció una relación entre el consumo repetido de talidomida y casos de neuritis periférica, en este momento el fármaco dejó de venderse sin receta. Poco después se empezó a sospechar que el fármaco además aumentaba la frecuencia de malformaciones fetales. En 1961 William McBride, un obstetra australiano, publicó una carta en The Lancet alertando sobre la relación entre la talidomida y las malformaciones fetales. El fármaco no se retiró del mercado hasta que hubo claras evidencias de la relación entre el compuesto y las malformaciones. Las fechas de retirada del producto del mercado fueron diversas, Alemania Occidental prohibió su venta en 1961, en España se siguió recetando hasta al menos 1963, año en el que se prohibieron los fármacos con talidomida en su composición. Se calcula que el 50% de los bebes afectados por la talidomida no llegaron a nacer o murieron durante los primeros años de vida, el 50% restante nació con malformaciones y otras alteraciones severas.

Sin embargo el fármaco nunca llegó a ser aprobado en varios países, entre ellos Francia y Estados Unidos. En Francia la lentitud institucional impidió la aprobación del fármaco. En Estados Unidos no se aprobó gracias a  la Dra. Frances Oldham Kelsey, una examinadora de la FDA que en su primer mes en la agencia se negó a aprobar el fármaco. Frances Oldham Kelsey era experta en farmacología y el dosier de la talidomida fue su primer proyecto en la agencia reguladora cuando entró a formar parte de la misma en el año 1960. La negativa de Frances estaba motivada por la presencia de efectos adversos en individuos que tomaban el fármaco de manera repetida, tal y como dictaba su conocimiento pidió más datos a la compañía farmacéutica. En aquellos años las agencias reguladoras no tenían unos procedimientos tan estrictos como los actuales, es más, muchos de los procesos existentes en la actualidad tienen precisamente su origen en la tragedia de la talidomida. La compañía presionó a la FDA para que aprobara el fármaco pero Frances Oldham Kelsey no estaba satisfecha con los datos aportados y siguió dándoles una respuesta negativa.  En 1961 comenzaron a aparecer informes en Europa sobre los efectos secundarios de esta sustancia y la talidomida nunca llegó a ser aprobada por la FDA.

La integridad, experiencia y criterio de Frances Oldham Kelsey hicieron que el presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy le concediera la medalla de oro al servicio civil por haber evitado que la tragedia europea se repitiera en Estados Unidos. Sus actos también hicieron que las normativas regulatorias de Europa y Estados Unidos se reanalizaran y que se iniciara un proceso de armonización para homogeneizar las guías y procedimientos regulatorios para la aprobación de fármacos en todo el mundo. Pero sobre todo su talento e integridad salvaron la vida de muchos niños, también salvó de la tragedia a muchas familias que tuvieron, sin adivinar lo que les podía haber pasado, hijos sanos y protegidos ante los efectos secundarios de un fármaco que no había sido convenientemente evaluado en otras regiones del mundo.