El talento es como un ser vivo:
nace de dentro de nosotros pero no se contenta con ser; necesita expandirse,
crecer y florecer. Su naturaleza no es estática, sino que es inquieta; necesita
alimentarse y cuando no puede hacerlo es peor aún que su propia ausencia. La historia está llena de
ejemplos de personas que no pudieron desarrollar su talento en todo su
esplendor y de las tremendas consecuencias que sufrieron por ello.
Siempre me han gustado las
biografías. Quizá sea mi naturaleza inquisitiva; me gusta conocer la vida de las personas,
entender su trayectoria, el porqué de sus actos e intentar entenderlos
independientemente de mi propio ser. Hace muchos años leí una biografía
apasionante. Versaba sobre una mujer que
no solo tenía un gran talento artístico, sino que este talento iba acompañado
de una inequívoca atracción hacia el talento ajeno. Fue amante y esposa de
numerosos hombres con papeles decisivos en la historia del arte a quienes
influenció profundamente. Ella, así mismo, bebió del talento de estos grandes
genios que sin duda influenciaron su desarrollo artístico para bien pero
también para mal.
Alma Maria Schindler, hija de un
pintor y una cantante, nació en 1879 en Viena. Pese a que la situación
económica de la familia era precaria, Alma tuvo una educación refinada gracias
a su padre Emil Schindler, con el que pasaba largas horas en su estudio y quien
le leía a Goethe. Alma creció rodeada de artistas que frecuentaban el entorno
de su padre, y en ocasiones también la cama de su madre Anna. Fruto de la
relación de Anna con uno de estos artistas nació la hermanastra de Alma,
llamada Grete. El mismo año en que nació Grete, Emil Schindler recibió un
prestigioso galardón que permitió a la familia salir de su precaria situación
económica y trasladarse al castillo de Plankenberg. Emil se convirtió en uno de
los pintores más renombrados de la dinastía Habsburgo. Tras la mejora de su
situación económica Anna inició una relación romántica con Carl Moll, aprendiz
de su padre. Esta relación permaneció oculta a los ojos de Emil durante años.
En 1892 Emil falleció por una complicación asociada a una infección y su esposa
formalizó su relación con su amante, hecho que Alma nunca pudo perdonar.
Alma creció en belleza y talento,
con una clara disposición para la música. Seguía viviendo en un ambiente
rodeado de artistas debido a la profesión de su padrastro, y era frecuente que
asistiera a cenas en las que se codeaba con miembros de la Secesión de Buenas
Artes Vienesa. Entre los asistentes a estas cenas conoció a su primer amante,
Gustav Klimt, cuando ella tenía tan solo 17 años. El descubrimiento de la
relación por parte de la familia puso fin a la misma. Alma cuenta en sus
diarios que el sufrimiento causado por su joven amor por Klimt hizo que se
sumiera profundamente en su música; así su pena se convirtió en fuente de toda
su felicidad.
El ambiente artístico de la
familia Moll siguió siendo fuente de influencias literarias, artísticas y
musicales, pero también amorosas. Max Burckhard alentó el interés de Alma por
la literatura, invitándola frecuentemente al teatro. Así mismo, avivó ideales
antisemitas en la joven artista. A los 20 años, Alma conoció a Alexander von Zemlinsky, compositor con quien compartía una
ferviente admiración por Wagner. Zemlinsky se convirtió en su tutor y más tarde
en su amante. Bajo el tutelaje de Zemlinsky Alma compuso alguno de sus más
bonitos Lieder1, y fue él quien
advirtió a Alma que componer requería todo su ser y que tarde o temprano
tendría que escoger entre la música y la vida alegre en la sociedad
vienesa. Zemlinsky era retraído, poco
agraciado físicamente y judío. La relación entre ambos artistas fue tortuosa,
plagada de insultos y declaraciones apasionadas; tras dos años, la retorcida
relación llegó a su fin.
Dicen que Gustav Mahler se
enamoró de Alma nada más verla, y poco después de su primer encuentro le
propuso matrimonio. Muchos fueron los que se opusieron al enlace con este nuevo
admirador por su edad, sus orígenes judíos y su situación económica. Nada fue
suficientemente importante para interponerse entre Alma y el entonces director
de la ópera de la corte de Viena; ni siquiera la carta en la que Mahler pedía a
Alma que abandonara su composición para evitar absurdas rivalidades entre ambos
y poder dedicar así todo su tiempo a él y a sus necesidades. Nadie comprendía
la unión entre Alma y Gustav, que tuvo lugar a principios de 1902 ¿Qué haría
una joven belleza como Alma, acostumbrada a moverse en las altas esferas de la
sociedad Vienesa, con un hombre casi 20 años mayor que ella que pasaba sus días
en la soledad de la composición? Alma sufrió tremendamente el abandono de su
música y la pérdida de su vida social. Poco después del nacimiento de su
primera hija, María, escribía en su diario: “He estado mucho tiempo enferma.
Tal vez una secuela de mi desasosiego interior. Pero desde hace varios días y
noches vuelvo a tejer música en mi interior. Es tan intensa y penetrante que,
al hablar, la siento debajo de las palabras, y de noche no me deja dormir.”
Pero Gustav exigía para sí todo su tiempo, mientras él dividía el suyo entre
Alma y su composición. Tras el nacimiento de su segunda hija, Anna, Alma retomó
contacto con Zemlinsky, pero este se negó a ser de nuevo su instructor musical.
En 1907 María, la primera hija de Alma y Gustav murió de escarlatina con
disentería, lo que abrió aún más la brecha existenteentre sus padres. En 1910
Alma se retiró con su hija Anna a Tobelbad, donde comenzó una ardiente relación
con el arquitecto Walter Gropius, más tarde conocido como uno de los líderes
del movimiento Bauhaus. Gustav Mahler sufrió tremendamente al descubrir la
relación de Alma con el joven arquitecto y visitó a Sigmund Freud con el
objetivo de analizar los problemas de su matrimonio. En torno a aquella época
Mahler descubrió alguno de los Lieder
de Alma, anunciando maravillado el talento de su esposa. Gustav intentó convencer a
Alma para que volviera a componer, pero según afirma ella en sus diarios: “diez
años de evolución perdida son irrecuperables. Era un cadáver embalsamado lo que
él quería recuperar”. Alma siguió viendo a Gropius en secreto, pero nunca dejó
a Mahler. Gustav murió en 1911, a los 51 años de edad por una dolencia cardiaca
que venía arrastrando desde el año de la muerte de su hija.
Tras la muerte de Mahler, Alma
volvió a la agitada vida vienesa. Durante este periodo Alma tuvo varios
amantes, entre ellos el biólogo Paul Kammerer quien amenazaba a Alma con
pegarse un tiro en la tumba de Mahler. Posteriormente Alma tuvo una complicada
relación con el conocidísimo pintor Oscar Kokoschka. El amorío estuvo tintado
por los terribles celos de este dirigidos contra todos, pero en particular
hacia el marido muerto de Alma, Gustav Mahler. Durante sus años juntos
Kokoschka pintó varios retratos de Alma sola y acompañada del pintor. Gropius,
que durante años siguió una relación por correspondencia con Alma, abandonó
esta relación tras ver en una exposición uno de estos retratos dobles. Sin
embargo, tras el fin de la relación con Kokoschka en 1915, Alma se casó con
Walter Gropius con quien tuvo una hija, Manon, en 1916.
Gropius no tuvo mejor suerte que
otros amantes de Alma, y tan solo un año más tarde, mientras Walter estaba en
el frente, Alma conoció a Franz Werfel. Werfel era un joven poeta de tan solo
27 años (ella tenía 38) y de nuevo de origen judío. Alma comenzó poniendo
música a sus poemas y la relación evolucionó tal y como otras tantas relaciones
de Alma en el pasado. En 1918 quedó embarazada de Franz estando aún casada con
Walter; el niño nació prematuramente y murió a los 10 meses. En 1920 Alma se
divorció de Gropius pero tardó nueve años en casarse con Werfel. Alma tuvo una
influencia fundamental sobre la obra de Franz Werfel, fue su crítica y su
apoyo; y Franz se convirtió en uno de los autores germanos más leídos hacia
mediados de los años 20.
Tampoco el amor hacia Franz le duró
para siempre; cuatro años después de su matrimonio Alma declaraba en sus
diarios que le había dejado de querer. Según ella, los años juntos y las
diferencias raciales habían hecho mella en el matrimonio. Y aunque hubo
escarceos, Alma siguió con Werfel y en la turbulenta antesala de la guerra en
Europa acompañó a su marido al exilio en América. Werfel murió en 1945 en Los
Ángeles y Alma en 1964 en Nueva York, ciudad en la que se instaló en 1951 y
donde se convirtió según palabras de Thomas Mann, en la gran viuda.
Escribir sobre Alma Mahler-Werfel
no ha sido fácil, el tiempo que llevo sin escribir es un fiel reflejo de mi
lucha interna sobre esta mujer. Mis anteriores entradas hablan de mujeres con
talento que despertaron indudablemente admiración, pero no solo por su talento
sino también por su lucha, su integridad, su constancia, su ética y su amor.
Alma era un ser salvaje, lleno de contradicciones. Amaba apasionadamente hasta
que dejaba de hacerlo. Era antisemita pero se casó con dos judíos, incluso en
las puertas de la segunda guerra mundial apoyaba los ideales de Hitler, Franco
y Mussolini. Y los apoyaba aun sabiendo que Anna, la única de sus hijas que llegó
a la edad adulta, era medio judía. Insultaba
a genios que no podían dejar de amarla y que por mucho que los martirizara
volvían a su lado e incluso a su cama. Dicen que la partitura de la décima sinfonía
de Mahler, la que dejó sin acabar, está llena de anotaciones en el margen que
reflejan su ansiedad por el affaire entre Alma y Gropius; también cuentan que
tras la muerte de Werfel Alma mandó bautizar de urgencia a su difunto esposo,
que si bien había abandonado el judaísmo para casarse con ella, había vuelto a
su fe poco después de la boda. ¿Cómo es posible que alguien con tanta
sensibilidad para el arte fuera a la vez tan insensible con el genio que lo
producía? Se rodeó de talento, lo nutría como pocas personas lo han hecho y lo
hacía florecer hasta la extenuación, y ellos, sus amantes y sus maridos lo
sabían. Y yo no puedo dejar de preguntarme: ¿quién habría sido esta musa si
nunca hubiera dejado la música?, ¿hasta dónde habría llegado su talento y dónde
se habría quedado el de aquellos que se cruzaron en su camino?
1Canción lírica breve para voz solista y acompañamiento (generalmente de piano) propia de Alemania, Austria y otros países de lengua alemana, cuya letra es un poema al que se ha puesto música.