martes, 22 de septiembre de 2015

La imaginación como ley de vida



Durante la década de los ochenta mi familia vivió varios traslados. En 1980 mi padre aceptó un proyecto en México, país en el que vivimos tres maravillosos años. En el verano de 1983 volvimos a España, aunque nuestra estancia en “casa” solo era temporal, puesto que al verano siguiente debíamos trasladarnos de nuevo; esta vez a Suecia, el maravilloso país nórdico que nada tenía que ver con lo que conocíamos hasta el momento. Recuerdo que una noche mis padres nos dieron un libro sobre la vida en Suecia, hablaba de la tranquilidad de un país repleto de bosques y lagos en el que todo el mundo iba de un sitio a otro en bicicleta. También nos regalaron a cada uno de los cuatro hermanos un pequeño diccionario sueco-español con tapas de goma amarilla. Los diccionarios pasaron pronto al fondo de algún cajón, los niños no aprenden idiomas con diccionarios. Pero aún de vez en cuando alguno de los diccionarios aparece por casa, y cuando lo hace lo abro con una mezcla de nostalgia y cariño suscitados por los recuerdos que desbordan mi cabeza e inundan mi corazón. Tuve la suerte de tener una infancia tremendamente feliz, y cuando pienso en mi infancia gran parte de mis recuerdos están asociados a los cinco años que vivimos en Suecia. 

Llegamos a Suecia en junio, una época maravillosa en el país escandinavo. Poco después de aterrizar y acomodarnos en nuestro nuevo hogar visitamos una tienda de bicicletas, ya que era inconcebible vivir en Suecia y no tener bicicleta. Me regalaron una hermosa bici de paseo blanca con un cesto enorme de color rojo brillante. Durante el primer verano no conocíamos a nadie más allá de nuestros vecinos. Íbamos todos los días en bici a clases de sueco y jugábamos entre los cuatro hermanos, con frecuencia a hacer carreras de bicicleta por las instalaciones vacías de nuestro futuro colegio. 

Un día visitamos la biblioteca infantil de la ciudad; tenía libros en muchos idiomas y yo encontré pronto el apartado de libros en español. Me llevé unos cuantos a casa, entre ellos había alguno de Pippi Calzaslargas. La primera novela de Pippi que leí me cautivó para siempre, y a partir de aquel día mis padres tuvieron que entrar en mi habitación cada noche a decirme que dejara de leer y reírme a carcajadas a altas horas de la madrugada. Fabriqué un letrero de madera en el garaje de mi padre para bautizar la cabaña que teníamos en el jardín con el nombre de la casa de Pippi: Villa Villekulla, y lo colgué encima del alfeizar de la puerta de la cabaña. Astrid Lindgren se convirtió en mi heroína de juventud. 

Astrid Lindgren nació en 1907 en Vimmerby, una pequeña ciudad situada en la provincia de Småland, al sureste de Suecia. Pippi fue un invento de su hija Karin, que un día de 1941 enferma de una neumonía pidió a su madre que le contara la historia de Pippi Långstrump, conocida más tarde en español como Pippi Calzaslargas y cuyo nombre completo es Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Långstrump. Y así comenzó la historia de una niña traviesa e imaginativa con la cara llena de pecas y el pelo color zanahoria, que vivía en compañía de Lilla Gubben, su querido caballo y Herr Nilsson, un mono con mucho carácter. Pippi y el resto de los personajes surgidos de la imaginación de Astrid Lindgren alcanzaron la desorbitante cifra de 145 millones de libros vendidos en el año 2010 y sus historias se pueden hoy leer en 95 idiomas. Pero sobre todo, los entrañables personajes de Lindgren llegaron, llegan y seguirán llegando  a los corazones de millones de niños en todo el mundo que como yo imaginaron aventuras en compañía de Tommy y Annika, Pippi, Lilla Gubben y Herr Nilsson e hicieron de su infancia un lugar cálido en el que imaginar, soñar y perder el tiempo desde el amanecer hasta la puesta del sol. Aunque Astrid Lindgren es sobretodo conocida por las historias de Pippi, escribió otros muchos libros como los dedicados al detective Kalle Blomqvist o las historias de los niños de Bullerbyn. Una de las más bonitas historias salidas de su pluma es “Mio, min Mio”, un hermoso cuento que relata las aventuras de un niño, Bosse, que huye de un presente triste a un mundo de fantasía a donde es trasladado por un genio. En ese lejano país el nombre del niño no es Bosse sino Mio y su padre, en lugar de ser el arisco señor que le adoptó, es un rey que lleva años buscando a su querido hijo Mio. El tono fantástico de esta novela se repitió en dos novelas posteriores: “Los hermanos Lejonhjärta” y “Ronja Rövardotter”. Los personajes de Lindgren emanan libertad, fuerza, testarudez combinados con inocencia e imaginación y sus historias, tiernas y llenas de humor, fueron innovadoras y frescas en un momento en el que mundo parecía derrumbarse como consecuencia de la segunda guerra mundial. Este trágico incidente, tuvo un tremendo impacto en Astrid Lindgren, como se refleja en sus diarios de los años de la guerra publicados hace tan solo unos años. Astrid se sentía incapaz de comprender, tal y como les pasaba a muchas personas que vivieron aquellos turbulentos años, que el mundo fuera capaz de sumergirse de nuevo en los horrores de la guerra cuando aún quedaba cerca el terrible recuerdo de la primera guerra mundial. 

Astrid Lindgren dedicó su vida a los niños, a los que amaba y admiraba por encima de todas las cosas. Escribía para ellos por elección propia, porque creía que los niños eran capaces de realizar un milagro al leer y que el futuro del mundo entero dependía de que los niños mantuvieran su capacidad para imaginar. Por eso Pippi se negaba a crecer, porque quería permanecer en esa etapa maravillosa de la vida en que todo es posible.  

Astrid Lindgren murió en 2002, dejando huérfano a todo un país. Su alma se fue para siempre pero nos dejó sus historias, su imaginación y sus personajes, todo un legado para la humanidad.

jueves, 10 de septiembre de 2015

El triunfo de la entereza



La talidomida es un fármaco bien conocido, desgraciadamente no lo es tanto por sus efectos beneficiosos, que los tiene, sino por ser el causante de uno de los mayores escándalos de la industria farmacéutica. La talidomida fue desarrollada por la compañía farmacéutica alemana Chemie Grünenthal en los años 50 y comercializada como sedante y para el tratamiento de la hiperémesis gravídica o náuseas asociadas al embarazo. El fármaco fue comercializado bajo diversos nombres desde el año 1957 en 46 países y se usó de manera generalizada para tratar el malestar típico de los primeros meses del embarazo. En 1959 se estableció una relación entre el consumo repetido de talidomida y casos de neuritis periférica, en este momento el fármaco dejó de venderse sin receta. Poco después se empezó a sospechar que el fármaco además aumentaba la frecuencia de malformaciones fetales. En 1961 William McBride, un obstetra australiano, publicó una carta en The Lancet alertando sobre la relación entre la talidomida y las malformaciones fetales. El fármaco no se retiró del mercado hasta que hubo claras evidencias de la relación entre el compuesto y las malformaciones. Las fechas de retirada del producto del mercado fueron diversas, Alemania Occidental prohibió su venta en 1961, en España se siguió recetando hasta al menos 1963, año en el que se prohibieron los fármacos con talidomida en su composición. Se calcula que el 50% de los bebes afectados por la talidomida no llegaron a nacer o murieron durante los primeros años de vida, el 50% restante nació con malformaciones y otras alteraciones severas.

Sin embargo el fármaco nunca llegó a ser aprobado en varios países, entre ellos Francia y Estados Unidos. En Francia la lentitud institucional impidió la aprobación del fármaco. En Estados Unidos no se aprobó gracias a  la Dra. Frances Oldham Kelsey, una examinadora de la FDA que en su primer mes en la agencia se negó a aprobar el fármaco. Frances Oldham Kelsey era experta en farmacología y el dosier de la talidomida fue su primer proyecto en la agencia reguladora cuando entró a formar parte de la misma en el año 1960. La negativa de Frances estaba motivada por la presencia de efectos adversos en individuos que tomaban el fármaco de manera repetida, tal y como dictaba su conocimiento pidió más datos a la compañía farmacéutica. En aquellos años las agencias reguladoras no tenían unos procedimientos tan estrictos como los actuales, es más, muchos de los procesos existentes en la actualidad tienen precisamente su origen en la tragedia de la talidomida. La compañía presionó a la FDA para que aprobara el fármaco pero Frances Oldham Kelsey no estaba satisfecha con los datos aportados y siguió dándoles una respuesta negativa.  En 1961 comenzaron a aparecer informes en Europa sobre los efectos secundarios de esta sustancia y la talidomida nunca llegó a ser aprobada por la FDA.

La integridad, experiencia y criterio de Frances Oldham Kelsey hicieron que el presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy le concediera la medalla de oro al servicio civil por haber evitado que la tragedia europea se repitiera en Estados Unidos. Sus actos también hicieron que las normativas regulatorias de Europa y Estados Unidos se reanalizaran y que se iniciara un proceso de armonización para homogeneizar las guías y procedimientos regulatorios para la aprobación de fármacos en todo el mundo. Pero sobre todo su talento e integridad salvaron la vida de muchos niños, también salvó de la tragedia a muchas familias que tuvieron, sin adivinar lo que les podía haber pasado, hijos sanos y protegidos ante los efectos secundarios de un fármaco que no había sido convenientemente evaluado en otras regiones del mundo.