domingo, 26 de julio de 2015

Who is John Galt?


No pasa muy frecuentemente, pero hay ocasiones en las que uno lee un fragmento que describe lo que uno siente infinitamente mejor de que uno puede describirlo. A mí esto me ha pasado, al menos que yo recuerde, en dos ocasiones. La primera estaba en la terraza de casa, era una noche de verano y era muy tarde. Yo tendría unos 20 años y el texto en cuestión era “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust. Recuerdo sentir cómo el corazón se me aceleraba al leer la descripción de Proust acerca de la capacidad de la literatura para meternos en la mismísima piel de los protagonistas. Recuerdo el asombro al leer las palabras de Proust sobre el poder de la música para hacernos sentir sensaciones fugaces que se despiertan al volver a escuchar las piezas que las evocaron. Me resultaba fascinante que alguien tan lejano en el tiempo hubiera podido sentir una vez exactamente lo que sentía yo, máxime cuando mis sentimientos eran aún semillas en mi inconsciente que no habían saltado aún a la parte consciente de mi ser. La segunda vez que reconocí mis pensamientos en las palabras de otra persona yo era bastante más mayor, y no sentí solo identidad con un fragmento determinado, era con el trasfondo de una filosofía de vida. La corriente de pensamiento era el objetivismo de Ayn Rand y el libro que me lo descubrió “Atlas Shrugged” (La rebelión del Atlas).
Para mí es imposible hablar de talento y no hablar de Ayn Rand. En “La Rebelión del Atlas”, Ayn describe una sociedad corrupta en la que las personas con talento, innovadoras, las que mueven el mundo, van desapareciendo de la faz de la tierra. Los motivos y consecuencias de los sucesos de la novela presentan de manera clara los cuatro pilares del objetivismo: realidad, razón, interés propio y capitalismo. Ayn, en su novela de 1957, describe una sociedad en la que las personas que constituyen el motor del mundo, sobre las que la sociedad se apoya, no solo son incomprendidas sino que se les impide ejercer su labor. Cerrad un momento los ojos e imaginaos un mundo similar al del universo de “La Rebelión del Atlas”. Si os parece complicado, pensad en aquellas personas que viven del trabajo y del esfuerzo de los demás. Todos las conocemos, son trabajadores que se apropian de los méritos de sus compañeros, hijos que no desarrollan actividad alguna porque viven de las rentas del trabajo de sus padres, personas que aprovechan subterfugios legales para favorecer su inactividad, imaginad que solo quedan ellos, que los que trabajan honestamente, que los que usan su cerebro para algo más que el mero parasitismo se retiran del mundo. Las consecuencias para mí son evidentes, solo queda caos y destrucción. Las ideas de Ayn Rand presentan un mundo ideal en el que la cúspide de la sociedad está representada por las personas individuales y el éxito de la sociedad solo puede ser consecuencia del éxito individual de cada una de las personas que componen dicha sociedad. Todo ello salpicado de una ética férrea y la aceptación absoluta de las consecuencias de los actos propios. Obviamente, los mundos ideales no existen y la teoría siempre requiere adaptación para funcionar en una sociedad real, pero nada describe mejor lo que yo entiendo por talento que las palabras de Rand en su gran novela de ficción.
Alisa Zinov'yevna Rosenbaum nació en San Petersburgo en 1905 en el seno de una familia judía no practicante de la burguesía rusa. Su inclinación por la escritura fue temprana, y según varias fuentes decidió dedicarse a la escritura de ficción a la edad de nueve años. Su familia huyó a la península de Crimea durante la revolución Bolchevique en la que su padre perdió su negocio y, allí, Alisa terminó su educación secundaria. Tras el retorno de la familia a la rebautizada Petrogrado, Alisa comenzó sus estudios universitarios en filosofía e historia siendo una de las primeras mujeres en la Universidad Nacional de Petrogrado de la que se graduó en 1924. Sus estudios de historia fueron el inicio de su ferviente admiración por el individualismo y optimismo que caracterizaban a la sociedad norteamericana, ideas radicalmente opuestas al colectivismo reinante en la Rusia post-revolucionaria. Su interés por la escritura le llevó a la Escuela Estatal de Artes Cinematográficas donde estudió expresión escrita orientada al cine y al teatro. En 1925 dejó Rusia con dirección a EEUU y, aunque su permiso oficial había sido expedido para efectuar una visita corta a familiares allí instalados, la intención de Alisa era bien distinta: instalarse definitivamente en América. Tras su llegada a Nueva York, ciudad que le impresionó profundamente, pasó una corta temporada con sus familiares en Chicago y posteriormente se trasladó a Hollywood con la intención de ser guionista de cine. Consiguió su objetivo tras pasar por diversos trabajos que le permitieron subsistir. Se casó con Frank O’Connor en 1929 y tras vender dos guiones en 1936 publicó su primera novela titulada “Nosotros los que vivimos”. Esta novela, publicada tras dos años de peregrinaje por distintas editoriales, es considerada la más autobiográfica de todas las que escribió. Los hechos se sitúan en la Rusia post-revolucionaria y representan la lucha de los derechos individuales frente al estado. Le siguieron “Himno” y “El manantial”, novela que alcanzó éxito mundial y que fue adaptada para el cine por ella misma. “La rebelión del Atlas” fue sin duda su obra cumbre y el máximo exponente de los ideales de Ayn Rand, pseudónimo de Alisa. Fue amiga íntima de la hermana de Navocob en el colegio, con la que disentía en ideales políticos. Aristóteles tuvo una influencia fundamental sobre su trabajo, en el que también influyeron Platón y posteriormente Nietzche, de quién admiraba su exaltación del individuo heroico pero criticaba el irracionalismo de su filosofía.  Sus mayores influencias novelísticas fueron Victor Hugo y la tradición novelística rusa, fundamentalmente Dostoyevsky.
En 1936 Rand escribía “Llámenlo destino o ironía, pero yo nací, de entre todos los países de la Tierra, en el menos conveniente para una fanática del individualismo: Rusia. Decidí ser escritora a la edad de nueve años, y todo lo que he hecho se ha circunscrito a tal propósito. Soy estadounidense por elección y convicción. Nací en Europa, pero emigré a los Estados Unidos de América porque este era el país donde una podía sentirse totalmente libre para escribir”
Rand murió en su casa de Nueva York en 1982 y es uno de los mayores ejemplos de entereza y determinación. Nació para escribir y solo su voluntad y talento hicieron que pudiera cumplir su propósito. “La rebelión del Altlas” es uno de los libros que más ha influenciado a la sociedad norteamericana e independientemente de que coincidamos o no con el ideario de Rand es imposible no reconocer su determinación para ser quién ella quiso.

martes, 21 de julio de 2015

El peligro del olvido


Aún recuerdo llegar un día a casa y ver una fila de libros del revés. El lomo de los libros miraba hacia el interior de la estantería ocultando así los títulos de las obras. Horrorizada, los giré rápidamente reestableciendo la posición habitual, mientras preguntaba a mi madre qué hacían esos libros del revés. Mi madre, con su habitual tono taciturno me contestó, "cosas de tu padre, algo sobre la caída del comunismo", los libros eran de Marx, Engels, Lenin y Bakunin. 
Esta tarde mientras navegaba por la red buscando inspiración para mi nuevo proyecto encontré por accidente un discurso de Drew Faust, presidenta de la Universidad de Harvard durante los últimos ocho años. Drew, primera mujer en ocupar tan prestigioso cargo, pronunció el discurso titulado "It can be otherwise", en la ceremonia en la que le concedieron la medalla Radcliffe; medalla concedida anualmente por el "Radcliffe Institute for Advanced Studies" a individuos que han tenido un impacto significativo sobre la transformación de la sociedad. Radcliffe forma hoy parte de la Universidad de Harvard, pero no siempre fue así. Radcliffe se fundó en 1879 tras los esfuerzos de Arthur Gilman por conseguir una educación superior para su hija en tiempos en que la presencia de la mujer en la universidad era, cuanto menos, poco común. El "Harvard Annex", nombre de la institución en sus inicios, se fundó con la intención de conceder a las mujeres la posibilidad de obtener una educación superior equivalente a la de Harvard, con profesorado procedente de Harvard, pero en una institución separada. Durante su primera etapa el “Anexo” concedía certificados pues no tenía potestad para conceder titulaciones oficiales. El objetivo de los fundadores del Anexo era conseguir la integración plena de su alumnado en la institución madre. El proceso fue tortuoso, con frecuentes altibajos en las relaciones entre ambas instituciones hasta que en 1977 comenzó el proceso de fusión de las instituciones que se completó en 1999; año en que Radcliffe pasó a ser el "Radcliffe Institute for Advanced Studies" y su primera presidenta Drew Faust.
Quince años más tarde, Drew Faust, recibía la medalla de la institución que había presidido como reconocimiento a su carrera como historiadora. El brillante discurso de Drew en esta ceremonia describe de manera infinitamente mejor lo que quise resumir en la primera entrada de este blog. El peligro que entrama pensar que hemos llegado al final del camino, el peligro que tiene olvidar lo que nos sustenta, lo que se ha conseguido y lo mucho que queda por hacer. Olvidar que hubo un tiempo en el que el entonces presidente de Harvard Charles Eliot, frente a la disyuntiva de admitir mujeres en su institución afirmaba: “El mundo no sabe prácticamente nada de la capacidad de las mujeres. Solo tras generaciones de libertad civil e igualdad social será posible obtener datos suficientes para discutir adecuadamente cuáles son las tendencias naturales de la mujer, sus gustos y capacidades. No es potestad de la Universidad decidir sobre esta debatida cuestión”. Y con estas palabras no pretendo, ni mucho menos, destacar la postura de Charles Eliot, corría en año 1869, esa era la opinión generalizada de la sociedad. Sin embargo, en 2005, otro presidente de Harvard, Lawrence Summers, decía en uno de sus discursos que los hombres son superiores a las mujeres en matemáticas por razones biológicas, y que la baja presencia de mujeres en  puestos senior en ciencia se debía a que las mujeres tienen reparos en trabajar jornadas extendidas debido a sus responsabilidades en el cuidado de sus hijos. Poco después abandonaba la presidencia de la universidad no sin antes solicitar la ayuda de Drew para atraer talento femenino a la universidad. Ese es el peligro del olvido, que personas inteligentes desprecien el talento por razones de género y que piensen que las mujeres han alcanzado ya todo lo que se merecen.  Ese mismo argumento fue el que le di a mi padre cundo preguntó por los libros colocados del revés en la estantería del salón de casa. Porque independientemente de lo que hoy creamos y de cuáles sean nuestras convicciones es importante recordar que toda creencia se basa en algo, y tanto si la consideramos correcta como si la consideramos errónea solo la entenderemos completamente en su contexto. El tiempo también me ha hecho comprender, que al igual que es tremendamente importante no olvidar el pasado, es fundamental recordarlo sin heredar los sentimientos de aquellos que lo escribieron. Es la herencia de las emociones que creemos que nuestros antepasados sintieron las que generan acritud, desprecio y odio, no lo es tanto el recuerdo de lo que pasó y lo que podemos aprender de ello.
A Catherine Drew Gilpin (Faust es el apellido de su primer marido) nacida en 1947 en Virginia en el seno de una familia acomodada, hija de un criador de caballos y en palabras de una amiga, educada para ser la esposa de un hombre de fortuna la vida le sorprendió. Nunca pensó llegar a ser profesora, a realizar un doctorado, y mucho menos que llegaría a ser presidenta de una de las universidades más prestigiosas del mundo. Pero caminar sobre los pasos de sus antecesoras y su propio talento se lo permitió.