No pasa muy frecuentemente, pero
hay ocasiones en las que uno lee un fragmento que describe lo que uno siente
infinitamente mejor de que uno puede describirlo. A mí esto me ha pasado, al
menos que yo recuerde, en dos ocasiones. La primera estaba en la terraza de
casa, era una noche de verano y era muy tarde. Yo tendría unos 20 años y el
texto en cuestión era “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust. Recuerdo
sentir cómo el corazón se me aceleraba al leer la descripción de Proust acerca
de la capacidad de la literatura para meternos en la mismísima piel de los
protagonistas. Recuerdo el asombro al leer las palabras de Proust sobre el
poder de la música para hacernos sentir sensaciones fugaces que se despiertan
al volver a escuchar las piezas que las evocaron. Me resultaba fascinante que
alguien tan lejano en el tiempo hubiera podido sentir una vez exactamente lo
que sentía yo, máxime cuando mis sentimientos eran aún semillas en mi
inconsciente que no habían saltado aún a la parte consciente de mi ser. La
segunda vez que reconocí mis pensamientos en las palabras de otra persona yo
era bastante más mayor, y no sentí solo identidad con un fragmento determinado,
era con el trasfondo de una filosofía de vida. La corriente de pensamiento era
el objetivismo de Ayn Rand y el libro que me lo descubrió “Atlas Shrugged” (La
rebelión del Atlas).
Para mí es imposible hablar de
talento y no hablar de Ayn Rand. En “La Rebelión del Atlas”, Ayn describe una
sociedad corrupta en la que las personas con talento, innovadoras, las que
mueven el mundo, van desapareciendo de la faz de la tierra. Los motivos y
consecuencias de los sucesos de la novela presentan de manera clara los cuatro
pilares del objetivismo: realidad, razón, interés propio y capitalismo. Ayn, en
su novela de 1957, describe una sociedad en la que las personas que constituyen
el motor del mundo, sobre las que la sociedad se apoya, no solo son
incomprendidas sino que se les impide ejercer su labor. Cerrad un momento los
ojos e imaginaos un mundo similar al del universo de “La Rebelión del Atlas”. Si
os parece complicado, pensad en aquellas personas que viven del trabajo y del
esfuerzo de los demás. Todos las conocemos, son trabajadores que se apropian de
los méritos de sus compañeros, hijos que no desarrollan actividad alguna porque
viven de las rentas del trabajo de sus padres, personas que aprovechan
subterfugios legales para favorecer su inactividad, imaginad que solo quedan
ellos, que los que trabajan honestamente, que los que usan su cerebro para algo
más que el mero parasitismo se retiran del mundo. Las consecuencias para mí son
evidentes, solo queda caos y destrucción. Las ideas de Ayn Rand presentan un
mundo ideal en el que la cúspide de la sociedad está representada por las
personas individuales y el éxito de la sociedad solo puede ser consecuencia del
éxito individual de cada una de las personas que componen dicha sociedad. Todo
ello salpicado de una ética férrea y la aceptación absoluta de las
consecuencias de los actos propios. Obviamente, los mundos ideales no existen y
la teoría siempre requiere adaptación para funcionar en una sociedad real, pero
nada describe mejor lo que yo entiendo por talento que las palabras de Rand en
su gran novela de ficción.
Alisa Zinov'yevna Rosenbaum nació
en San Petersburgo en 1905 en el seno de una familia judía no practicante de la
burguesía rusa. Su inclinación por la escritura fue temprana, y según varias
fuentes decidió dedicarse a la escritura de ficción a la edad de nueve años. Su
familia huyó a la península de Crimea durante la revolución Bolchevique en la
que su padre perdió su negocio y, allí, Alisa terminó su educación secundaria.
Tras el retorno de la familia a la rebautizada Petrogrado, Alisa comenzó sus
estudios universitarios en filosofía e historia siendo una de las primeras
mujeres en la Universidad Nacional de Petrogrado de la que se graduó en 1924. Sus
estudios de historia fueron el inicio de su ferviente admiración por el
individualismo y optimismo que caracterizaban a la sociedad norteamericana,
ideas radicalmente opuestas al colectivismo reinante en la Rusia post-revolucionaria.
Su interés por la escritura le llevó a la Escuela Estatal de Artes
Cinematográficas donde estudió expresión escrita orientada al cine y al teatro.
En 1925 dejó Rusia con dirección a EEUU y, aunque su permiso oficial había sido
expedido para efectuar una visita corta a familiares allí instalados, la
intención de Alisa era bien distinta: instalarse definitivamente en América. Tras
su llegada a Nueva York, ciudad que le impresionó profundamente, pasó una corta
temporada con sus familiares en Chicago y posteriormente se trasladó a
Hollywood con la intención de ser guionista de cine. Consiguió su objetivo tras
pasar por diversos trabajos que le permitieron subsistir. Se casó con Frank O’Connor
en 1929 y tras vender dos guiones en 1936 publicó su primera novela titulada “Nosotros
los que vivimos”. Esta novela, publicada tras dos años de peregrinaje por
distintas editoriales, es considerada la más autobiográfica de todas las que
escribió. Los hechos se sitúan en la Rusia post-revolucionaria y representan la
lucha de los derechos individuales frente al estado. Le siguieron “Himno” y “El
manantial”, novela que alcanzó éxito mundial y que fue adaptada para el cine
por ella misma. “La rebelión del Atlas” fue sin duda su obra cumbre y el máximo
exponente de los ideales de Ayn Rand, pseudónimo de Alisa. Fue amiga íntima de
la hermana de Navocob en el colegio, con la que disentía en ideales políticos. Aristóteles
tuvo una influencia fundamental sobre su trabajo, en el que también influyeron Platón
y posteriormente Nietzche, de quién admiraba su exaltación del individuo
heroico pero criticaba el irracionalismo de su filosofía. Sus mayores influencias novelísticas fueron Victor
Hugo y la tradición novelística rusa, fundamentalmente Dostoyevsky.
En 1936 Rand escribía “Llámenlo
destino o ironía, pero yo nací, de entre todos los países de la Tierra, en el
menos conveniente para una fanática del individualismo: Rusia. Decidí ser
escritora a la edad de nueve años, y todo lo que he hecho se ha circunscrito a
tal propósito. Soy estadounidense por elección y convicción. Nací en Europa,
pero emigré a los Estados Unidos de América porque este era el país donde una
podía sentirse totalmente libre para escribir”
Rand murió en su casa de Nueva
York en 1982 y es uno de los mayores ejemplos de entereza y determinación.
Nació para escribir y solo su voluntad y talento hicieron que pudiera cumplir
su propósito. “La rebelión del Altlas” es uno de los libros que más ha
influenciado a la sociedad norteamericana e independientemente de que
coincidamos o no con el ideario de Rand es imposible no reconocer su determinación
para ser quién ella quiso.