Aún
recuerdo llegar un día a casa y ver una fila de libros del revés. El lomo de
los libros miraba hacia el interior de la estantería ocultando así los títulos
de las obras. Horrorizada, los giré rápidamente reestableciendo la posición
habitual, mientras preguntaba a mi madre qué hacían esos libros del revés. Mi
madre, con su habitual tono taciturno me contestó, "cosas de tu padre,
algo sobre la caída del comunismo", los libros eran de Marx, Engels, Lenin
y Bakunin.
Esta
tarde mientras navegaba por la red buscando inspiración para mi nuevo proyecto encontré
por accidente un discurso de Drew Faust, presidenta de la Universidad de
Harvard durante los últimos ocho años. Drew, primera mujer en ocupar tan
prestigioso cargo, pronunció el discurso titulado "It can be otherwise", en la ceremonia en la que le concedieron la medalla Radcliffe;
medalla concedida anualmente por el "Radcliffe Institute for Advanced
Studies" a individuos que han tenido un impacto significativo sobre la
transformación de la sociedad. Radcliffe forma hoy parte de la Universidad de
Harvard, pero no siempre fue así. Radcliffe se fundó en 1879 tras los esfuerzos
de Arthur Gilman por conseguir una educación superior para su hija en tiempos
en que la presencia de la mujer en la universidad era, cuanto menos, poco
común. El "Harvard Annex", nombre de la institución en sus inicios,
se fundó con la intención de conceder a las mujeres la posibilidad de obtener una
educación superior equivalente a la de Harvard, con profesorado procedente de
Harvard, pero en una institución separada. Durante su primera etapa el “Anexo”
concedía certificados pues no tenía potestad para conceder titulaciones
oficiales. El objetivo de los fundadores del Anexo era conseguir la integración
plena de su alumnado en la institución madre. El proceso fue tortuoso, con
frecuentes altibajos en las relaciones entre ambas instituciones hasta que en
1977 comenzó el proceso de fusión de las instituciones que se completó en 1999;
año en que Radcliffe pasó a ser el "Radcliffe Institute for Advanced
Studies" y su primera presidenta Drew Faust.
Quince años más tarde, Drew
Faust, recibía la medalla de la institución que había presidido como
reconocimiento a su carrera como historiadora. El brillante discurso de Drew en
esta ceremonia describe de manera infinitamente mejor lo que quise resumir en la
primera entrada de este blog. El peligro que entrama pensar que hemos llegado
al final del camino, el peligro que tiene olvidar lo que nos sustenta, lo que
se ha conseguido y lo mucho que queda por hacer. Olvidar que hubo un tiempo en
el que el entonces presidente de Harvard Charles Eliot, frente a la disyuntiva
de admitir mujeres en su institución afirmaba: “El mundo no sabe prácticamente
nada de la capacidad de las mujeres. Solo tras generaciones de libertad civil e
igualdad social será posible obtener datos suficientes para discutir
adecuadamente cuáles son las tendencias naturales de la mujer, sus gustos y
capacidades. No es potestad de la Universidad decidir sobre esta debatida
cuestión”. Y con estas palabras no pretendo, ni mucho menos, destacar la
postura de Charles Eliot, corría en año 1869, esa era la opinión generalizada
de la sociedad. Sin embargo, en 2005, otro presidente de Harvard, Lawrence
Summers, decía en uno de sus discursos que los hombres son superiores a las
mujeres en matemáticas por razones biológicas, y que la baja presencia de mujeres
en puestos senior en ciencia se debía a
que las mujeres tienen reparos en trabajar jornadas extendidas debido a sus
responsabilidades en el cuidado de sus hijos. Poco después abandonaba la
presidencia de la universidad no sin antes solicitar la ayuda de Drew para
atraer talento femenino a la universidad. Ese es el peligro del olvido, que
personas inteligentes desprecien el talento por razones de género y que piensen
que las mujeres han alcanzado ya todo lo que se merecen. Ese mismo argumento fue el que le di a mi
padre cundo preguntó por los libros colocados del revés en la estantería del
salón de casa. Porque independientemente de lo que hoy creamos y de cuáles sean
nuestras convicciones es importante recordar que toda creencia se basa en algo,
y tanto si la consideramos correcta como si la consideramos errónea solo la
entenderemos completamente en su contexto. El tiempo también me ha hecho
comprender, que al igual que es tremendamente importante no olvidar el pasado, es fundamental recordarlo sin heredar los sentimientos de aquellos que lo
escribieron. Es la herencia de las emociones que creemos que nuestros
antepasados sintieron las que generan acritud, desprecio y odio, no lo es tanto
el recuerdo de lo que pasó y lo que podemos aprender de ello.
A Catherine Drew Gilpin (Faust
es el apellido de su primer marido) nacida en 1947 en Virginia en el seno de
una familia acomodada, hija de un criador de caballos y en palabras de una
amiga, educada para ser la esposa de un hombre de fortuna la vida le
sorprendió. Nunca pensó llegar a ser profesora, a realizar un doctorado, y
mucho menos que llegaría a ser presidenta de una de las universidades más
prestigiosas del mundo. Pero caminar sobre los pasos de sus antecesoras y su
propio talento se lo permitió.
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