martes, 21 de julio de 2015

El peligro del olvido


Aún recuerdo llegar un día a casa y ver una fila de libros del revés. El lomo de los libros miraba hacia el interior de la estantería ocultando así los títulos de las obras. Horrorizada, los giré rápidamente reestableciendo la posición habitual, mientras preguntaba a mi madre qué hacían esos libros del revés. Mi madre, con su habitual tono taciturno me contestó, "cosas de tu padre, algo sobre la caída del comunismo", los libros eran de Marx, Engels, Lenin y Bakunin. 
Esta tarde mientras navegaba por la red buscando inspiración para mi nuevo proyecto encontré por accidente un discurso de Drew Faust, presidenta de la Universidad de Harvard durante los últimos ocho años. Drew, primera mujer en ocupar tan prestigioso cargo, pronunció el discurso titulado "It can be otherwise", en la ceremonia en la que le concedieron la medalla Radcliffe; medalla concedida anualmente por el "Radcliffe Institute for Advanced Studies" a individuos que han tenido un impacto significativo sobre la transformación de la sociedad. Radcliffe forma hoy parte de la Universidad de Harvard, pero no siempre fue así. Radcliffe se fundó en 1879 tras los esfuerzos de Arthur Gilman por conseguir una educación superior para su hija en tiempos en que la presencia de la mujer en la universidad era, cuanto menos, poco común. El "Harvard Annex", nombre de la institución en sus inicios, se fundó con la intención de conceder a las mujeres la posibilidad de obtener una educación superior equivalente a la de Harvard, con profesorado procedente de Harvard, pero en una institución separada. Durante su primera etapa el “Anexo” concedía certificados pues no tenía potestad para conceder titulaciones oficiales. El objetivo de los fundadores del Anexo era conseguir la integración plena de su alumnado en la institución madre. El proceso fue tortuoso, con frecuentes altibajos en las relaciones entre ambas instituciones hasta que en 1977 comenzó el proceso de fusión de las instituciones que se completó en 1999; año en que Radcliffe pasó a ser el "Radcliffe Institute for Advanced Studies" y su primera presidenta Drew Faust.
Quince años más tarde, Drew Faust, recibía la medalla de la institución que había presidido como reconocimiento a su carrera como historiadora. El brillante discurso de Drew en esta ceremonia describe de manera infinitamente mejor lo que quise resumir en la primera entrada de este blog. El peligro que entrama pensar que hemos llegado al final del camino, el peligro que tiene olvidar lo que nos sustenta, lo que se ha conseguido y lo mucho que queda por hacer. Olvidar que hubo un tiempo en el que el entonces presidente de Harvard Charles Eliot, frente a la disyuntiva de admitir mujeres en su institución afirmaba: “El mundo no sabe prácticamente nada de la capacidad de las mujeres. Solo tras generaciones de libertad civil e igualdad social será posible obtener datos suficientes para discutir adecuadamente cuáles son las tendencias naturales de la mujer, sus gustos y capacidades. No es potestad de la Universidad decidir sobre esta debatida cuestión”. Y con estas palabras no pretendo, ni mucho menos, destacar la postura de Charles Eliot, corría en año 1869, esa era la opinión generalizada de la sociedad. Sin embargo, en 2005, otro presidente de Harvard, Lawrence Summers, decía en uno de sus discursos que los hombres son superiores a las mujeres en matemáticas por razones biológicas, y que la baja presencia de mujeres en  puestos senior en ciencia se debía a que las mujeres tienen reparos en trabajar jornadas extendidas debido a sus responsabilidades en el cuidado de sus hijos. Poco después abandonaba la presidencia de la universidad no sin antes solicitar la ayuda de Drew para atraer talento femenino a la universidad. Ese es el peligro del olvido, que personas inteligentes desprecien el talento por razones de género y que piensen que las mujeres han alcanzado ya todo lo que se merecen.  Ese mismo argumento fue el que le di a mi padre cundo preguntó por los libros colocados del revés en la estantería del salón de casa. Porque independientemente de lo que hoy creamos y de cuáles sean nuestras convicciones es importante recordar que toda creencia se basa en algo, y tanto si la consideramos correcta como si la consideramos errónea solo la entenderemos completamente en su contexto. El tiempo también me ha hecho comprender, que al igual que es tremendamente importante no olvidar el pasado, es fundamental recordarlo sin heredar los sentimientos de aquellos que lo escribieron. Es la herencia de las emociones que creemos que nuestros antepasados sintieron las que generan acritud, desprecio y odio, no lo es tanto el recuerdo de lo que pasó y lo que podemos aprender de ello.
A Catherine Drew Gilpin (Faust es el apellido de su primer marido) nacida en 1947 en Virginia en el seno de una familia acomodada, hija de un criador de caballos y en palabras de una amiga, educada para ser la esposa de un hombre de fortuna la vida le sorprendió. Nunca pensó llegar a ser profesora, a realizar un doctorado, y mucho menos que llegaría a ser presidenta de una de las universidades más prestigiosas del mundo. Pero caminar sobre los pasos de sus antecesoras y su propio talento se lo permitió.

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