martes, 8 de marzo de 2016

Dia mundial de la mujer trabajadora

Hoy no podía dejar pasar el día sin escribir unas reflexiones sobre esta tan celebrada jornada. Y digo "tan celebrada jornada" con un tono de triste sarcasmo. Yo no entiendo el dia de hoy como un descuento especial en la tienda virtual de turno, ni como una protesta ante la violencia de género, ni tampoco considero que debamos gastar nuestro preciado diner público en cambiarle el nombre al congreso de los diputados. Y no me malentendáis, por supuesto que el maltrato es un problema de tremendas dimensiones. Pero decir hoy, como he leido en muchos medios, "ni una más!" es hacer una equivalencia entre los derechos de la mujer y el derecho a la vida, y lo siento, pero no hemos andado todo este camino para andarnos con estas tonterias. No, el derecho a la vida es incuestionable y nadie nos da ese derecho, no es un derecho adquirido, es un derecho con el que nacemos. Y decir hoy que habrá igualdad cuando no se maten mujeres es darle la razón a quien osa levantar la mano para golpear a una mujer. El derecho a la vida nos pertenece por ser personas.

El día de la mujer trabajadora es, para mi, un día de reflexión. Un día para reconocer la labor de millones y millones de mujeres anónimas que hacen que cada día las mujeres sean consideradas personas, ni más ni menos importantes que los hombres, simplemente personas independientes con pleno derecho a decidir sobre su vida y con los mismos derechos que el resto de los humanos que habitan este planeta. Y por ello quiero dar gracias a todas las mujeres que buscan la igualdad de derechos para las mujeres, pero también quiero dar las gracias a los hombres que lo hacen. Nunca jamás alcanzaremos la igualdad si no comprendemos que la igualdad no es una lucha femenina, es una lucha de la humanidad. Y que al igual que hay hombres desdeñables, que consideran a la mujer un ser inferior, también hay mujeres que lo hacen (o lo aceptan) y son igual de despreciables que ellos.

Celebremos hoy pues el camino andado, sintámonos orgullosos de lo que hemos alzanzado sin olvidar lo que aún queda por hacer. Celebremos a aquellas personas que hacen que este mundo sea cada día un sitio mejor en el que hombres y mujeres puedan seguir siendo diferentes pero iguales.

miércoles, 2 de marzo de 2016

El cristal de la vida



No hace mucho, una noche estando de viaje, encendí la tele y di con uno de esos programas de entrevistas tan populares en los países anglosajones. Entre las invitadas al programa estaba Nicole Kidman. La actriz estaba siendo entrevistada en relación a una obra de teatro, “Photograph 51”, que en ese momento estaba protagonizando en el Teatro Nöel Coward de Londres. La obra se centra en torno a los trabajos de Rosalind Franklin, una científica que aunque es bien conocida en el contexto de su campo de trabajo, no goza del mismo reconocimiento fuera de él.
Es absolutamente fascinante que exista una molécula que pueda contener en su estructura tanta información como la hebra de ADN (ácido desoxirribonucleico). El color de nuestros ojos, la forma de nuestras manos, nuestra predisposición al cáncer y hasta cómo nos comportamos y qué sentimos está, en mayor o menor medida, codificado en esta molécula que forma los 23 pares de cromosomas que hay en el núcleo de cada una de las células de nuestro cuerpo. La simplicidad con la que está codificada la información en esta molécula es asombrosa; y más increíble es aún que después de descubrir cómo se organiza y descifra la información se sigan cada día descubriendo nuevos mecanismos de control que hacen que funcionemos de una manera exquisitamente controlada.
El dogma central de la biología molecular dice que la información de nuestros caracteres está codificada en la molécula de ADN y que esta información se transcribe (o copia) a moléculas de ARN (ácido ribonucleico) que sirven de molde para la traducción (o fabricación de proteínas). Las proteínas son las ejecutoras de la mayoría de las funciones biológicas, así la melanina es la proteína que da color a nuestra piel, la serotonina un péptido (proteína pequeña) que afecta a nuestro estado de ánimo y la hemoglobina la proteína que transporta el oxígeno necesario para la respiración. El ADN está formado por mononucleótidos o moléculas compuestas por una base nitrogenada, un azúcar y un grupo fosfato. El azúcar es constante en todos los nucleótidos, al igual que el grupo fosfato que forma el enlace de unión entre los mononucleótidos. La fuente de variación en el ADN está en las bases nitrogenadas; hay cuatro bases distintas que dan lugar a los cuatro mononucleótidos que forman parte del ADN: citosina (C),  guanina (G), timina (T) y adenosina (A). La secuencia (el orden de los nucleótidos) y la estructura en forma de doble hélice son fundamentales para su función. La información en el ADN está organizada en forma de genes, es decir, en secuencias localizadas en una determinada región de la molécula, con una estructura característica que da lugar a una proteína. Aunque simplista, esta definición nos puede servir para entender el funcionamiento del ADN. Aunque solo una pequeña parte de la molécula de ADN contiene genes, hay una enorme proporción de la misma que contiene información para el control de la expresión génica, o cómo, cuándo y dónde deben transcribirse los genes a ARN y el ARN a proteínas. Es fundamental que la expresión de nuestros genes esté controlada para que las proteínas estén presentes en donde deben, cuando deben y en la cantidad adecuada; de lo contrario una enzima necesaria para el funcionamiento del corazón podría expresarse por ejemplo,  en el pie alterando por completo el funcionamiento de lo que hoy conocemos como típico en el ser humano. Toda esta información está en el ADN, y todas nuestras células, a excepción de los gametos, poseen exactamente la misma información que usan de manera diferencial.
Una de las características fundamentales del ADN es su estructura en forma de doble hélice. Esta estructura, aparentemente compleja, permite por ejemplo, que ciertas zonas de la hebra de ADN se desdoblen (o desenrollen)  para que la maquinaria de transcripción pueda acceder a la región desdoblada la y se puedan expresar los genes. Esta estructura también permite la transmisión de la información mediante copia de su secuencia en la duplicación celular.
El descubrimiento de la estructura del ADN forma parte de la historia reciente de la ciencia, y es un descubrimiento fundamental, no solo para entender cómo funcionamos, sino que ha permitido el desarrollo de herramientas para generar animales y plantas transgénicos y el progreso de uno de los campos fundamentales en la terapia moderna: la terapia génica. Es imposible hablar de la estructura del ADN y no mencionar a James Watson y Francis Crick, los dos científicos que recibieron el premio Nobel por su descubrimiento. Sin embargo, pocos conocen a Rosalind Franklin, científica que contribuyó significativamente a este descubrimiento, y que sin embargo no recibió el premio junto con Watson y Crick.  Mucho se ha discutido acerca de las razones por las que Franklin no recibió el premio junto a sus colegas. Lo cierto es que cuando Watson y Crick recibieron el Nobel Franklin ya había fallecido, un cáncer de ovario se la llevó con tan solo 37 años y la normativa de los premios Nobel no permite conceder el galardón a título póstumo.   
Rosalind Franklin nació en Londres en 1920. Como tantas otras chicas en su época, se encontró con la oposición de su padre cuando decidió dedicarse a las ciencias. Su padre prefería que Rosalind se dedicara al trabajo social,  y se oponía tajantemente a la formación universitaria de las mujeres. Sin embargo, como tantos padres, cedió ante la determinación de su hija y permitió que cursara sus estudios superiores en Newham College en la universidad de Cambridge, centro en el que se graduó en física, química y matemáticas. En 1945 obtuvo su doctorado en química-física por su trabajo de investigación sobre las microestructuras del carbón y posteriormente se especializó en cristalografía de rayos X, técnica en la que se convirtió en una experta mundial.   
Fueron precisamente sus trabajos en cristalografía los que le permitieron contribuir de manera significativa a la comprensión de la estructura de la doble hélice de ADN. La famosa fotografía 51, que da nombre a la obra de teatro con la que empezaba esta entrada, fue tomada por Raymond Gosling, un estudiante de doctorado bajo la supervisión de Franklin y es el resultado de un trabajo intenso a lo largo de los años 1952 y 1953. Durante estos años Franklin y su estudiante trabajaron en dos modelos de la molécula de ADN, el seco o A y el hidratado o B. Las imágenes de difracción eran más claras con el modelo A, pero la clave de la estructura helicoidal estaba en el trabajo efectuado con el modelo B. La fotografía 51 era una imagen borrosa del modelo hidratado.  Esta imagen llegó a manos de Watson y Crick en el año 1953, junto con otros datos procedentes del laboratorio de Franklin. Esta información fue compartida por un colega de Franklin, Wilkins, sin el conocimiento de Franklin y antes de que los datos fueran publicados. Cualquiera que conozca a un científico sabe que los datos no publicados son el bien más preciado de un laboratorio y más cuando son del calibre de los datos de Franklin. Estos datos ayudaron a Watson y a Crick a postular su modelo helicoidal de la hebra del ADN, que se publicó en Nature en abril de 1953.
No cabe duda que es difícil saber qué es cierto y qué es adorno en una historia interpretada y reinterpretada tras años de los hechos. Es posible que Franklin hubiera llegado a las mismas conclusiones que Watson y Crick antes que ellos si la imagen nunca hubiera sido compartida, pero lo cierto es que nunca lo sabremos. También es posible que Franklin hubiera estado entre los receptores del premio Nobel de 1962 de haber seguido con vida, pero desgraciadamente no fue así. Crick dijo a finales de los años 70 refiriéndose a Franklin, que los grandes científicos toman riesgos, y ella fue, en su opinión, demasiado precavida en sus interpretaciones. Pero como sucede en todas la batallas, los relatos que nos llegan proceden de la boca de los vencedores, y es fácil con el triunfo y el reconocimiento a las espaldas acusar de falta de valor a quien ya no está presente.
El trabajo de Franklin siguió siendo brillante aún después de sus trabajos sobre el ADN, dedicó el resto de su vida a descifrar la estructura de ciertos tipos de virus, entre ellos el virus del mosaico del tabaco. Estos trabajos sentaron las bases para que Klug, su colaborador, recibiera el premio Nobel de química en 1982, premio que de nuevo, de haber seguido viva, quizá habría compartido con él.  
Rosalind Franklin tenía una mente brillante, y quienes la conocieron decían de ella que era obstinada y perfeccionista. Se dedicó a la ciencia por vocación y en su corta carrera contribuyó de manera esencial al conocimiento de la biología estructural. Aunque su vida se vio rodeada por la controvertida historia de la estructura del ADN es su repertorio de publicaciones científicas el que nos indica su grandeza.Y para muestra, un botón: http://janus.lib.cam.ac.uk/db/node.xsp?id=EAD%2FGBR%2F0014%2FFRKN