No hace mucho, una noche estando
de viaje, encendí la tele y di con uno de esos programas de entrevistas tan
populares en los países anglosajones. Entre las invitadas al programa estaba
Nicole Kidman. La actriz estaba siendo entrevistada en relación a una obra de
teatro, “Photograph 51”, que en ese momento estaba protagonizando en el Teatro
Nöel Coward de Londres. La obra se centra en torno a los trabajos de Rosalind
Franklin, una científica que aunque es bien conocida en el contexto de su campo
de trabajo, no goza del mismo reconocimiento fuera de él.
Es absolutamente fascinante que
exista una molécula que pueda contener en su estructura tanta información como
la hebra de ADN (ácido desoxirribonucleico). El color de nuestros ojos, la
forma de nuestras manos, nuestra predisposición al cáncer y hasta cómo nos
comportamos y qué sentimos está, en mayor o menor medida, codificado en esta
molécula que forma los 23 pares de cromosomas que hay en el núcleo de cada una
de las células de nuestro cuerpo. La simplicidad con la que está codificada la
información en esta molécula es asombrosa; y más increíble es aún que después
de descubrir cómo se organiza y descifra la información se sigan cada día
descubriendo nuevos mecanismos de control que hacen que funcionemos de una
manera exquisitamente controlada.
El dogma central de la biología
molecular dice que la información de nuestros caracteres está codificada en la
molécula de ADN y que esta información se transcribe (o copia) a moléculas de ARN
(ácido ribonucleico) que sirven de molde para la traducción (o fabricación de
proteínas). Las proteínas son las ejecutoras de la mayoría de las funciones
biológicas, así la melanina es la proteína que da color a nuestra piel, la
serotonina un péptido (proteína pequeña) que afecta a nuestro estado de ánimo y
la hemoglobina la proteína que transporta el oxígeno necesario para la
respiración. El ADN está formado por mononucleótidos o moléculas compuestas por
una base nitrogenada, un azúcar y un grupo fosfato. El azúcar es constante en
todos los nucleótidos, al igual que el grupo fosfato que forma el enlace de
unión entre los mononucleótidos. La fuente de variación en el ADN está en las
bases nitrogenadas; hay cuatro bases distintas que dan lugar a los cuatro mononucleótidos
que forman parte del ADN: citosina (C),
guanina (G), timina (T) y adenosina (A). La secuencia (el orden de los
nucleótidos) y la estructura en forma de doble hélice son fundamentales para su
función. La información en el ADN está organizada en forma de genes, es decir,
en secuencias localizadas en una determinada región de la molécula, con una
estructura característica que da lugar a una proteína. Aunque simplista, esta
definición nos puede servir para entender el funcionamiento del ADN. Aunque solo
una pequeña parte de la molécula de ADN contiene genes, hay una enorme
proporción de la misma que contiene información para el control de la expresión
génica, o cómo, cuándo y dónde deben transcribirse los genes a ARN y el ARN a
proteínas. Es fundamental que la expresión de nuestros genes esté controlada
para que las proteínas estén presentes en donde deben, cuando deben y en la
cantidad adecuada; de lo contrario una enzima necesaria para el funcionamiento
del corazón podría expresarse por ejemplo, en el pie alterando por completo el
funcionamiento de lo que hoy conocemos como típico en el ser humano. Toda esta
información está en el ADN, y todas nuestras células, a excepción de los
gametos, poseen exactamente la misma información que usan de manera
diferencial.
Una de las características
fundamentales del ADN es su estructura en forma de doble hélice. Esta
estructura, aparentemente compleja, permite por ejemplo, que ciertas zonas de
la hebra de ADN se desdoblen (o desenrollen)
para que la maquinaria de transcripción pueda acceder a la región
desdoblada la y se puedan expresar los genes. Esta estructura también permite
la transmisión de la información mediante copia de su secuencia en la
duplicación celular.
El descubrimiento de la
estructura del ADN forma parte de la historia reciente de la ciencia, y es un
descubrimiento fundamental, no solo para entender cómo funcionamos, sino que ha
permitido el desarrollo de herramientas para generar animales y plantas
transgénicos y el progreso de uno de los campos fundamentales en la terapia moderna:
la terapia génica. Es imposible hablar de la estructura del ADN y no mencionar
a James Watson y Francis Crick, los dos científicos que recibieron el premio
Nobel por su descubrimiento. Sin embargo, pocos conocen a Rosalind Franklin,
científica que contribuyó significativamente a este descubrimiento, y que sin
embargo no recibió el premio junto con Watson y Crick. Mucho se ha discutido acerca de las razones
por las que Franklin no recibió el premio junto a sus colegas. Lo cierto es que
cuando Watson y Crick recibieron el Nobel Franklin ya había fallecido, un
cáncer de ovario se la llevó con tan solo 37 años y la normativa de los premios
Nobel no permite conceder el galardón a título póstumo.
Rosalind Franklin nació en Londres
en 1920. Como tantas otras chicas en su época, se encontró con la oposición de
su padre cuando decidió dedicarse a las ciencias. Su padre prefería que Rosalind
se dedicara al trabajo social, y se
oponía tajantemente a la formación universitaria de las mujeres. Sin embargo,
como tantos padres, cedió ante la determinación de su hija y permitió que cursara
sus estudios superiores en Newham College en la universidad de Cambridge,
centro en el que se graduó en física, química y matemáticas. En 1945 obtuvo su
doctorado en química-física por su trabajo de investigación sobre las microestructuras
del carbón y posteriormente se especializó en cristalografía de rayos X,
técnica en la que se convirtió en una experta mundial.
Fueron precisamente sus trabajos
en cristalografía los que le permitieron contribuir de manera significativa a
la comprensión de la estructura de la doble hélice de ADN. La famosa fotografía
51, que da nombre a la obra de teatro con la que empezaba esta entrada, fue tomada
por Raymond Gosling, un estudiante de doctorado bajo la supervisión de Franklin
y es el resultado de un trabajo intenso a lo largo de los años 1952 y 1953.
Durante estos años Franklin y su estudiante trabajaron en dos modelos de la
molécula de ADN, el seco o A y el hidratado o B. Las imágenes de difracción eran
más claras con el modelo A, pero la clave de la estructura helicoidal estaba en
el trabajo efectuado con el modelo B. La fotografía 51 era una imagen borrosa
del modelo hidratado. Esta imagen llegó
a manos de Watson y Crick en el año 1953, junto con otros datos procedentes del
laboratorio de Franklin. Esta información fue compartida por un colega de
Franklin, Wilkins, sin el conocimiento de Franklin y antes de que los datos fueran
publicados. Cualquiera que conozca a un científico sabe que los datos no
publicados son el bien más preciado de un laboratorio y más cuando son del
calibre de los datos de Franklin. Estos datos ayudaron a Watson y a Crick a
postular su modelo helicoidal de la hebra del ADN, que se publicó en Nature en
abril de 1953.
No cabe duda que es difícil saber
qué es cierto y qué es adorno en una historia interpretada y reinterpretada
tras años de los hechos. Es posible que Franklin hubiera llegado a las mismas
conclusiones que Watson y Crick antes que ellos si la imagen nunca hubiera sido
compartida, pero lo cierto es que nunca lo sabremos. También es posible que
Franklin hubiera estado entre los receptores del premio Nobel de 1962 de haber
seguido con vida, pero desgraciadamente no fue así. Crick dijo a finales de los
años 70 refiriéndose a Franklin, que los grandes científicos toman riesgos, y ella
fue, en su opinión, demasiado precavida en sus interpretaciones. Pero como
sucede en todas la batallas, los relatos que nos llegan proceden de la boca de
los vencedores, y es fácil con el triunfo y el reconocimiento a las espaldas
acusar de falta de valor a quien ya no está presente.
El trabajo de Franklin siguió
siendo brillante aún después de sus trabajos sobre el ADN, dedicó el resto de
su vida a descifrar la estructura de ciertos tipos de virus, entre ellos el
virus del mosaico del tabaco. Estos trabajos sentaron las bases para que Klug,
su colaborador, recibiera el premio Nobel de química en 1982, premio que de
nuevo, de haber seguido viva, quizá habría compartido con él.
Rosalind Franklin tenía una mente
brillante, y quienes la conocieron decían de ella que era obstinada y
perfeccionista. Se dedicó a la ciencia por vocación y en su corta carrera
contribuyó de manera esencial al conocimiento de la biología estructural. Aunque
su vida se vio rodeada por la controvertida historia de la estructura del ADN
es su repertorio de publicaciones científicas el que nos indica su grandeza.Y
para muestra, un botón:
http://janus.lib.cam.ac.uk/db/node.xsp?id=EAD%2FGBR%2F0014%2FFRKN