domingo, 11 de febrero de 2018

Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia



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Hoy 11 de febrero se celebra el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Dentro de unos días una compañera de trabajo y yo pasaremos una par de horas con alumnos de quinto y sexto de primaria explicándoles a qué nos dedicamos, por qué lo hacemos y qué razones podemos dar a los niños, y sobre todo a las niñas, para que hagan una carrera de ciencias, si es que así lo desean.

No creáis que es una tarea fácil. Llevo varios días analizándome a mí misma, pensando dónde está la raíz de mi amor por la ciencia con el fin de encontrar, al menos, la parte consciente; porque todo amor tiene un componente irracional que no sabemos muy bien de dónde ni por qué nace. En mi caso, creo que es una profunda necesidad de entender las razones que subyacen a lo que veo, a lo que siento y a todo aquello que me rodea. Aún recuerdo, siendo bien pequeña, desesperarme porque no entendía muy bien por qué yo era yo y no otra persona. No me malinterpretéis, no es que quisiera ser otra persona sino que buscaba encontrar donde exactamente residía mi yo. Aunque puede parecer una cuestión más filosófica que científica, esta y otras preguntas me ayudaron a comprender que lo que me apasionaba no era tanto responder de manera fehaciente a la pregunta que me planteaba, sino el proceso de búsqueda de respuestas. Creo que incluso entonces, con tan pocos años debía tener una buena capacidad de tolerancia a la frustración, porque como ya supondréis, nunca llegué a contestar a la mencionada pregunta, que aún de vez en cuando se asoma para atacarme por la espalda. 

Poco después, y con el fin de analizar el patrón de alimentación de los pájaros en el frío invierno sueco, preparé unos registros de toma de datos y establecí horarios de observación de las criaturas, que ni se inmutaban ante la presencia de una pequeña al otro lado de la ventana. Aún conservo estos registros y he de deciros que se parecen sospechosamente a un cuaderno de laboratorio, con la firma de alguien que hubiera comprobado los datos podrían hasta haber cumplido con la normativa de calidad vigente hoy en día. Fuera de bromas, creo que fue la curiosidad, el deseo incontrolable de comprender, lo que me hizo, aun siendo una voraz consumidora de literatura, dedicarme a las ciencias. 

Hoy tengo algún año más, y ya no registro el número de veces que se acercan los pájaros a mi ventana, pero sigo observando el mundo que me rodea con asombro, haciéndome preguntas y encontrando respuestas en los lugares más insospechados, muchas veces incluso mientras duermo. Y analizando cómo ha cambiado esa niña que miraba por la ventana intentando comprender el universo veo la huella inconfundible que la ciencia ha dejado en mí. La estructura de mi mente, el mirar los problemas desde perspectivas distintas, el entender que todo fracaso te enseña algo, la importancia de la rigurosidad en el día a día, incluso, que no sabes aquello que no sabes explicar, todo esto me lo ha dado en mayor o menor parte mi formación científica y contribuye a que yo sea quien soy hoy. 

Así que si tú que me estás leyendo tienes cerca una niña que quiere ser científica dile, como les diré yo en unos días a los niños y niñas del cole al que voy: “adelante, si es tu elección no dejes que nada ni nadie te pare”. Es un viaje maravilloso, no sin baches en el camino, pero para algunos la mejor manera de rellenar el hueco que deja la curiosidad en nuestro interior.  

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