Llevo tiempo sin escribir, supongo que como consecuencia de una
cierta desidia unida a la desilusión generalizada de una gran parte de la
sociedad española. Pero desde que Pablo Casado decidió destituir a Cayetana
Álvarez de Toledo de la portavocía del Partido Popular tengo una sensación amarga
en la boca del estómago que finalmente me ha llevado este domingo por la tarde
a sentarme delante del teclado para hablar de la realidad y dejar mi coqueteo
con la ficción a un lado, aunque sea momentáneamente.
En los días que corren, la profesión política está tintada de
un aura de cutrez y mediocridad que han hecho que muchos de los ciudadanos de a
pie la miremos con un cierto recelo. Recelo, por no decir aversión, las mentiras
y el paternalismo se han convertido en el pan nuestro de cada día y
desgraciadamente muchos nos hemos resignado. Y digo que nos hemos resignado con
una profunda pena, porque creo que es precisamente la resignación colectiva de
una parte de la sociedad la que nos ha llevado a esta situación y la que ha
permitido que Pablo Casado, se deshaga, sin muchas consecuencias, de una de las
políticas más brillantes que ha tenido España en los últimos tiempos.
Como bien sabéis los que me habéis leído antes, empecé este
blog con la intención de resaltar el talento de las mujeres, focalizándolo única
y exclusivamente en el análisis intelectual de la contribución de cada una de
estas mujeres a su entorno. La contribución de Cayetana además de ser brillante
es valiente, y ha tenido lugar en un momento en el que la sociedad española no
solo está dormida, sino que ha dejado de creer que el panorama político español
pueda salir de la mediocridad absoluta en la que se encuentra sumergida.
En la rueda de prensa que dio tras su relevo, Cayetana
esgrimió las razones de su destitución: su defensa de la libertad de
pensamiento dentro del partido, haciendo especial hincapié los aspectos morales;
su rechazo de las etiquetas de moderados frente a radicales por su efecto
reduccionista y la consecuente simplificación de la complejidad del individuo; su
planteamiento de la necesidad de un gobierno de concentración constitucionalista
y finalmente su oposición ante el desinterés de Casado sobre la batalla
cultural.
Si yo tuviera que resumir en tres palabras la postura que ha
defendido tan ferozmente Cayetana en el último año lo haría con las siguientes:
constitución, libertad e individuo. Como española, mujer, y liberal no
encuentro tres conceptos más bellos por los que luchar y Cayetana lo ha hecho
desde una posición adulta, abierta al debate y con un esfuerzo constante por
acercar la verdad a la política y a la sociedad, evitando la infantilización de
una sociedad acostumbrada a que la traten como si no tuviera cerebro.
Es cómodo defender una idea desde la ideología de un grupo
social, evita la ardua tarea de pensar. Lo difícil es llegar a una conclusión tras
estudiar las alternativas, tras enfrentarse a uno mismo y alcanzar conclusiones
que pueden no coincidir con las de tu pareja, tu amigo o tu compañero de
partido. Más difícil es aún es comprender que hay conceptos tan complejos como
la religión, el aborto o la eutanasia sobre los cuales uno puede no tener una
postura constante, sino que varía con la experiencia. Y más difícil aún es decirlo
en voz alta en una sociedad infantilizada que asocia ideas a partidos políticos,
cual colores a equipos de futbol, desvirtuando la complejidad del pensamiento humano.
La libertad de pensamiento es la esencia la ilustración y confinarla con una
camisa de fuerza no da fuerza a un partido político, lo empobrece hasta quedar
reducido a un loro sin sustancia.
En línea con esta primera reflexión sobre la libertad de
pensamiento está la falacia identitaria. La cultura postmoderna, en su afán de
destacar lo inusual ha cometido, desde mi punto de vista, dos errores de
concepto. El primero es que al querer destacar lo menos frecuente ha supuesto
que lo frecuente es constante e invariable. El segundo error, quizás más grave
que el primero, es llevar al extremo el concepto de realidad. La realidad
postmoderna tiene tantas alternativas que ha dejado de existir, dejando paso a
un limbo en el que nada es del todo mentira, y peor aún, nada es del todo
verdad. El primer error nos lleva a la homogeneidad de grupo, de partido, de
sexos, de naciones, eliminando la riqueza de la diversidad y la pluralidad. Y
así, supuestamente todas las mujeres pensamos igual, los miembros de un partido
piensan igual y los miembros de una nación son todos iguales. El segundo error
nos lleva a pensar que esta homogeneidad tiene algo de verdad, porque es una opinión
dominante en la sociedad. Cayetana al alzar la voz por la individualidad, por
la riqueza del individuo rechazando etiquetas identitarias busca dar vía libre
al pensamiento adulto, profundo y complejo en una sociedad en la que los
pensamientos no deben estar ligados unos a otros por banderas, sexos o partidos
políticos. ¿O no es cierto que uno puede estar a favor del aborto aun siendo
conservador o que puede ser creyente aun siendo homosexual? ¿de verdad hay
alguien que rechace esto? Pero la búsqueda de libertad no se limita a
cuestiones sociales, sino que se extiende a la identidad política, donde ser
liberal no se contradice con apoyar un gobierno de concentración constitucionalista,
entendiendo y aceptando que es una postura de compromiso. Y es llamativo, que sea
precisamente esta defensa de la libertad la que haya llevado a muchos a tildar
a Cayetana de radical, o incluso a posicionarla cerca de Vox. Su postura ante
cuestiones como la inmigración o la identidad no puede ser más opuesta a la de Vox,
formación a la que ha acusado de padecer del mismo colectivismo segregacionista
del que padecen Podemos y el nacionalismo separatista.
Por último, y como no puede ser de otra manera, no está
dispuesta a dejar de un lado la batalla cultural. Porque no es admisible que la
libertad de una parte de la sociedad se construya mediante el encorsetamiento
de la otra mitad. Me pregunto por qué no estamos dispuestos a reconocer en
público lo que todos somos capaces de reconocer en privado. La idiosincrasia
del ser humano es lo que lo hace grande y decir que el feminismo solo es uno o
que la izquierda o derecha tienen una postura única e inamovible es algo que no
creo que ningún adulto pueda afirmar sin miedo a caer en un simplismo infantil.
La ultracorrección política no se vence con incorrección, se vence con madurez,
con argumentos, con debate, pero sobre todo con las palabras claras y sin miedo
a decir verdades que puedan dañar a oídos pseudosensibles dispuestos calificar
como insulto cualquier crítica que se aparte un milímetro de su concepto
identitario de la verdad.
Cayetana entró como un golpe de aire fresco en la política
española, cuestionándolo todo y explicando de una manera adulta, consecuente y
digna la razón que estriba detrás de las ideas que defiende. Asumiendo que las
posturas sociales son consecuencia de una reflexión profunda e individual, requisito
fundamental para poder defenderlas, explicarlas y responsabilizarse de sus
consecuencias. Podremos no estar de acuerdo con ella en todo, pero nadie le
puede negar su valentía por la defensa de la individualidad y la libertad en un
país donde ambos conceptos han perdido su esencia.